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Centro de Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales

Dr. José Luis Lezama

Profesor-Investigador / Professor -Researcher


Dr. José Luis Lezama (4 de Junio de 1952), obtuvo el doctorado en Ciencias Sociales, con especialidad en Política Ambiental, por la Faculty of Environmental Studies del University College London, en el Reino Unido. El Doctor Lezama fue Director (2003-2009) del Centro de Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales (CEDUA) de El Colegio de México y es actualmente Director del Seminario Interdisciplinario sobre Estudios Ambientales y del Desarrollo Sustentable y Profesor-Investigador en la misma institución. Ha sido Profesor Visitante del Massachussets Institute of Technology (MIT) en el Departament of Air, Atmospheric and Planetary Sciences, coordinando el capítulo sobre política ambiental y análisis institucional en el Mexico City’s Air Quality Project, dirigido por el Dr. Mario J. Molina. Fue Investigador Visitante en el Department of Population Dynamics de la Johns Hopkins University, en el World Resources Institute, en Washington D.C., en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica, en el Institut d'Etudes Politiques de Paris (Sciences Po Paris), en el Institut National d’Études Démographiques (INED), Francia, en la Université de Paris X (Nanterre) y en el Instituto de Estudios Latinoamericanos (IELAT) de la Universidad de Alcalá de Henares, España. El Doctor Lezama fue también Editorialista (1996-2014) del Periódico Reforma, (periódico nacional en México) donde escribe sobre temas ambientales, urbanos, científicos, tecnológicos y sociales, Es Miembro del Comité Asesor del Programa Hábitat de la Organización de las Naciones Unidas. Recibió el Premio Nacional de Periodismo José Pagés Llergo 2008 por Periodismo de Medio Ambiente y fue Mención Honorífica en el Premio al Mérito Ecológico 2001.

Últimos libros:

1) La Naturaleza ante la Triada Divina: Marx, Durkheim, Weber (2019).

2) Cambio Climático, ciudad y gestión ambiental. Los ámbitos nacional e internacional (coord. 2018)

3) La Construcción Humana y No Humana del Sentido del Mundo. La Tribu Maya de los Cojoes ante el Dios Pochó de la Muerte (2016)

4) Política Energética y Sustentabilidad (2013)

5) Población, Ciudad y Medio Ambiente en el México Contemporáneo (2006)

6) Medio Ambiente, Sociedad y Gobierno: La Cuestión Institucional (2006)

jlezama@colmex.mx

sábado, 2 de mayo de 2015

El Protocolo de París o el Fin del Mundo. J.L. Lezama. Colaboración quincenal

Sábado 2 de Mayo de 2015

El protocolo de París o el fin del mundo.
Las Razones del Desacuerdo Climático

(Primera parte)


José Luis Lezama


La fe en el cambio climático

El cambio climático aparece hoy día como la principal fuente de preocupación, generadora de angustia a escala mundial, una amenaza para el sistema económico y social, una amenaza para toda, cualquier forma de vida. Nadie parece tener dudas, nadie quiere tener dudas, nadie quiere mostrarse en la escena pública teniendo dudas; nada parece más aberrante, sobre todo en el ámbito de los “comprometidos” con la causa ambiental, que un clima escéptico, mucho más un clima denier, un negador del cambio climático.
Nadie quiere ser asociado con las poderosas compañías petroleras que parecen responsables de promover la mayor parte de las dudas sobre la existencia de este gran problema que, para algunos, no requiere de mayores pruebas para mostrar su capacidad para desatar la catástrofe. La lógica de algunos de los defensores del cambio climático se asemeja a la religión, en su discurso abunda la predica; su principal fuente de adhesión parece ser la fe; exige creyentes; es reacia e hipersensible, a la discusión y la crítica; la duda es en cierta medida herejía.
No obstante, nadie es hoy día capaz de mostrar pruebas analíticas, científicas, para asociar los eventos extremos, como son las ondas de calor, de frío, las sequías, las inundaciones, etc., con el cambio climático. A nadie le preocupa el hecho que, desde 1998, los expertos hablen de un Hiatos, una pausa en el calentamiento del planeta, la cual es rápidamente explicada bajo el argumento de que el cambio climático hay que entenderlo como un fenómeno de largo plazo. Largo plazo que, por cierto, no puede extenderse tanto como para remitirnos a los orígenes del planeta, sino un largo plazo confortable, donde en cuestión de 300 años, 400 años, por decir algo, podamos ajustar cómodamente episodios de frío o calor  que justifiquen hablar de una tendencia de largo plazo. ¿No sería más lógico, más coherente,  pensando con el razonamiento de los largos plazos remitirse también a los orígenes del planeta y situar allí los 300 o 400 años que lleva de existencia el periodo industrial, con lo cual la noción de largo plazo se convertiría en un asunto de millones de años?.
Así es de hecho la naturaleza de nuestra relación con la ciencia en el mundo de hoy; ellos tienen la verdad, ellos nos dicen cuál es esa verdad; perdemos ante ellos, como lo señala Ulrich Beck, nuestra autonomía cognitiva, sobre todo ante fenómenos que no podemos percibir con nuestros sentidos y cuya demostración depende de fórmulas, modelos, hipótesis sumamente complejos. Nuestra relación en la vida cotidiana con la ciencia y sus ‘verdades’ es una cuestión de fe.

¿A quien le importa el cambio climático?
No obstante, aceptando los no felices escenarios de los especialistas, integrantes o adherentes del IPCC, nadie muestra mayor entusiasmo cuando se trata de enfrentar sus causas, prevenir sus consecuencias, corregir sus daños.    La mayor parte de los países que integran la comunidad internacional, por no decir todos, aceptan la veracidad del cambio climático y el fin del mundo  a él asociado. No obstante, cuando llega la hora de los acuerdos, de los compromisos reales, de pagar los costos, de la necesidad de someterse a instancias internacionales independientes, a algún tribunal  con capacidad punitiva para castigar la simulación, a los que hacen trampas, a los que no cumplen con los acuerdos internacionales, todo se hace evasivo, nadie quiere comprometerse a nada, ya sean los gobernantes de los países desarrollados o los de los países no desarrollados.
Ambos se mueven bajo el principio de que primero están sus intereses, su desarrollo, su competitividad, su economía y, en el caso de los representantes de los países pobres, el argumento recurrente es el derecho de sus gobernados al desarrollo y al bienestar, como si a estos gobernantes les importara mucho el bienestar de su gente.
Las corporaciones y los bloques económicos actúan con la misma lógica, con la diferencia que allí abunda la especie de los clima escépticos y más de un negador del cambio climático. Muchas de las empresas ‘ambientalmente comprometidas’, lo mismo que algunas de las ‘socialmente responsables’, se encuentran entre los principales depredadores del trabajo humano y de la naturaleza, son factor decisivo del empobrecimiento del mundo.

            ¿Cuál es el problema climático que combaten los países y los organismos internacionales?
No es ningún descubrimiento decir que la falta de un acuerdo internacional sobre el cambio climático tienen que ver, por una parte,  con un mal diagnóstico sobre el problema y con la estrategia para resolverlo basada en ese diagnóstico. Por otra parte con un mal entendimiento de los factores que deciden las relaciones entre países y que están en la base de los acuerdos y desacuerdos en estas relaciones.
En lo referente al diagnóstico, existen al menos dos aspectos que destacan. Uno es su incapacidad para distinguir diferencias en los factores explicativos, lo cual se refleja en una incapacidad para jerarquizar entre lo que es relevante, lo que es menos relevante y lo que es irrelevante, sobre lo cual habría que reflexionar, si la intensión es entender y empezar a aplicar las medidas necesarias para resolver lo que los expertos han colocado como el problema ambiental más relevante del periodo actual: el cambio climático.
            Otro tiene que ver con un diagnóstico que actúa bajo la lógica de El elefante en la sala de estar (The elephant in the living room). Un diagnóstico que no ve, que no quiere ver, que a veces no es capaz de ver lo que es obvio, tan visible que no permite su percepción, que produce ceguera y que tiene que ver con la o las causas abrumadoras que provocan no sólo el presunto cambio climático, sino la crisis ambiental contemporánea, y que están a la vista de todos, en todos los ámbitos de la vida cotidiana.
Es ésta una incapacidad para situar la crisis ambiental como resultado del principal motor de la vida contemporánea, la maquinaria económica y política, los factores de poder que explican la crisis, y su capacidad para consumir y destruir compulsivamente el trabajo humano y la naturaleza, ambos factores cruciales para hacer posible ese mismo sistema que con tanto afán se esmeran en destruir sus principales beneficiarios.
La afirmación, por ejemplo, que hacen los expertos en el campo de las ciencias del clima, repetida a veces religiosamente en las ciencias sociales, sobre el origen antropogénico de lo que han dado en denominar calentamiento global, y su asociación con el consumo masivo y generalizado de energía fósil desde los inicios del periodo industrial, que pareciera aclararlo todo, facilitando, además, el entendimiento y solución del problema, se ha convertido en realidad en una de las principales causas de confusión y malos entendidos. De hecho esta afirmación no dice nada, no aclara nada o, por decir lo menos,  dice muy poco sobre la naturaleza de los problemas ambientales, incluido el cambio climático, mucho menos sobre su importancia real con relación a otros problemas ambientales o no ambientales.
Ese es un problema no sólo de la ciencia social, a quien le correspondería analizar las causas antropogénicas que tienen que ver con diversos ámbitos del quehacer humano en sociedad, sino de la ciencia climática misma, quien encerrada en su campo analítico, da por sentadas cosas que corresponden a categorías de naturaleza económica y política, y que deben ser explicadas por estas categorías para proveer explicaciones más amplias, más de fondo de la crisis ambiental contemporánea, a la que los propios expertos de ambas disciplina colocan como el problema ambiental más preocupante del periodo actual.
Pensar así el cambio climático y el medio ambiente no sólo impide su conocimiento, sino sobre todo su solución. En primer lugar porque en la sociedad actual, en el actual periodo industrial moderno, lo antropogénico no se refiere a cualquier factor, no puede reducirse a una generalidad; lo mismo que no podemos decir de manera simplista que son las actividades humanas en general quienes provocan la actual crisis planetaria.
 Es más bien resultado, el efecto colateral de una forma de hacer sociedad, de una organización social particular,  histórica, de una forma de convivencia y de organización de la vida social regida por la economía y basada en la mercantilización, en la explotación y sumisión del mundo, del humano y del no humano. Es la reducción de la naturaleza y del trabajo humano a algo que no tiene valor por sí mismo, que es simple medio, medio ambiente, para los fines de la capitalización del mundo, de la rentabilidad y la ganancia y para, montada sobre ese proceso, la generación de una sociedad plutocrática, una sociedad de ganadores que ganan todo y de perdedores que pierden todo: una naturaleza y un mundo humano expoliado y sobreexplotado, reducido a la condición permanente de perdedores, una exitosa fábrica productora de pobres y contaminación.
Es éste el mecanismo, el sistema responsable de la crisis ambiental y de la crisis climática, ambas estrechamente vinculada y en interacción con la crisis permanente de la economía y de todo el sistema social, cultural e ideológico que lo reproduce y legitima. Una economía que funciona, entre otras cosas, sobre la base de generación de deuda y miseria, deuda financiera, deuda ecológica, no sólo dilapidadora del presente sino de un futuro que se muestra ya invadido, colonizado  por el sistema actual.
¿A quien le importa realmente la naturaleza que se agota y destruye, las vidas, el futuro y los sueños de los pobres que se consumen en semejante proceso, siempre a la espera de un paraíso prometido que nunca arriba y sobre el cual se legitima la austeridad extrema que permanentemente se les demanda?.
En tiempos de alta competencia económica internacional se trata de abaratar los factores que participan en la producción, los recursos que se extraen de la naturaleza, y el trabajo, tanto el que opera con las leyes de la explotación capitalistas, bajo el esquema del intercambio de equivalentes, regido por el mercado, como el feudal o semi-esclavo basado en la extorsión de los trabajadores migrantes ilegales del mundo, que permite agrandar las tasas de retorno. Sólo esto hace competitivo a los grandes bloques económicos y a las grandes competidores que se disputan los mercados, a los consumidores, y a la naturaleza convertida en  materias primas en el mundo entero.
Toda política ambiental, toda política climática en el ámbito internacional, todo acuerdo, para tener viabilidad debe partir de un análisis, de un diagnóstico que entienda y explique las relaciones y diversas influencias entre el mundo natural y el orden social en sus profundas interacciones, las fuerzas económicas, políticas y sociales que constituyen el modus operandi, la fábrica del mundo contemporáneo mediante la cual se da la economización de la relación de los mundos humanos y no humanos.
Querer hacer política climática internacional, querer lograr acuerdos internacionales sin la consideración de las causas que subyacen a los problemas, que los provocan y explican se convierte, en el mejor de los casos, en una manera ingenua, o en una forma consciente o inconsciente de no querer ver, de no querer resolver los problemas que con tanto alarde dicen querer resolver los lideres, los gobernantes de las naciones del mundo.
Esa misma manera ingenua de entender lo ambiental se replica cuando se trata de entender la lógica que rige las relaciones entre las naciones que conforman la llamada comunidad internacional; una manera de pensar el mundo regida por el criterio de la lucha entre los buenos y los malos, entre países pobres y países ricos, entre el norte y el sur, entre los desarrollados y los no desarrollados, entre los poseedores y los carentes de razón, entre civilizados y no civilizados.
Hay, en muchos de los diagnósticos sobre las causas de las avenencias y desavenencias entre países, un profundo desconocimiento de la lógica política y económica de las relaciones entre países, de las profundas articulaciones e interdependencias entre el mundo desarrollado y el no desarrollado, entre sus élites, sus pobres y los ecosistemas que soportan los sistemas socioeconómicos y políticos de ambos mundos. Estas particularidades están en la base del desacuerdo o de los posibles acuerdos climáticos a nivel internacional.


China la gran culpable, el gran satán ambiental
Es esa manera de pensar y entender los problemas del mundo la que funciona repartiendo culpas y recriminaciones morales entre emisores y no emisores de gases de efecto invernadero (EGEI). En este marco cognitivo se llega a la conclusión de que los países desarrollados de occidente se descarbonizan, contribuyendo cada vez menos a las EGEI, mientras que al mismo tiempo las llamadas economías emergentes, China, India, Brasil, se convierten en los principales emisores, los nuevos culpables, como si ambas economías, desarrolladas y no desarrolladas,  pudieran vivir y ser entendidas de manera separada, como si lo que ocurre en un lugar no fuera consecuencia  de lo que sucede en el otro, o como si cada uno viviera su propio mundo, fuera de todo contacto con el indeseable mundo exterior.
China aparece hoy día como la gran culpable, el más grande contaminador de la historia humana, principal responsable de los mayores volúmenes de EGEI. La reticencia de China, muy similar a la de Estados Unidos, a aceptar las reglas del juego internacionales para descarbonizar el planeta, la fiscalización, vigilancia y penalización por un organismo internacional autónomo, no dista mucho de la posición de los países desarrollados, pero menos aún de la de los países del mundo no desarrollado, cuya ‘ética ambiental’ les impide asumir compromisos, reducir emisiones, reclamando más bien su derecho a contaminar para lograr desarrollo y bienestar.
Lo que ocurre en China no es un problema de China, no es únicamente responsabilidad de China, es un problema que involucra a la economía mundial. Al sistema económico mundial que articula a países pobres y ricos y redunda en inmensos beneficios para sus élites. El mundo occidental desarrollado aspira y parece tender a descarbonizar sus economías a costa de carbonizar a China (y otros países) y a través de ella al planeta. Gran parte de las empresas, de las corporaciones del mundo desarrollado operan en China donde la fuerza de trabajo es un regalo, las normas ambientales completamente laxas y la emisión de contaminantes parece un deporte.
China es considerada hoy día una especie de outsorcing de la economía capitalista del moderno mundo desarrollado, encargada del trabajo sucio, de pagar los costos de la prosperidad y progreso, la más grande consumidora de materias primas y productora de los peores daños ambientales del mundo. Pero China no opera sola, aislada del mundo, y su inmensa producción industrial no es sólo en gran medida para las compañías del mundo desarrollado, lo es también para los mercados y consumidores de este mundo, sobre todo, pero no únicamente para el mundo desarrollado.
Lo que ocurre en China es pues también responsabilidad del mundo desarrollado. Esto no quiere decir que los grandes productores chinos, su clase política y su clase económica no tengan responsabilidades. China es hoy día una gran productora de nuevos ricos, de nuevos supermillonarios creados y amparados bajo la sombra del poder, viviendo en una especie de Acumulación Originaria de Estado.
¿Está París, diciembre 2015, la esperada cumbre climática, el Inminente Protocolo de París preparado para mirar de una manera distinta los problemas ambientales del mundo? He allí la gran interrogante, la gran incógnita que pronto habrá de despegarse.

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@jlezama2



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