Reforma
25 de Julio de 2004
Víctor L.
Urquidi
José Luis Lezama
La Inglaterra de fines de los años treinta parecía urgida de paz, no
obstante, la guerra se asomaba por todas partes. Víctor Urquidi, quien había
nacido en la Francia posterior a la firma del armisticio, un 3 de mayo de 1919,
parecía destinado a padecer, directa o indirectamente, la experiencia de la
guerra. Su padre Juan Francisco Urquidi, ingeniero civil egresado del Instituto
Tecnológico de Massachusetts (MIT), había acompañado a Madero en la lucha
anti-reeleccionista y él mismo vivió el drama de la Guerra Civil Española.
Contrariamente a lo esperado, cuando arribó a Londres en 1936, a sus 17 años,
con muchas ilusiones, escasos recursos y mucha juventud, habría de enfrentarse
a un escenario bélico aún mayor: el de la Segunda Guerra Mundial. Londres no
garantizaba la paz que Urquidi buscaba y las cercanías del distrito de teatros
de Aldwych, donde se ubica la London School of Economics and Political Science
(LSE), institución elegida por él para llevar a cabo sus estudios de economía,
no era sitio seguro para vivir en esos años. No obstante sí lo era para pensar
el mundo de su tiempo. Este era un mundo de crisis y recesión.
En Inglaterra Urquidi parecía hacer el viaje de retorno, al menos de un
lado de su árbol genealógico, aquel que en las últimas décadas del siglo XIX
partió del puerto de Dover hacia Australia en la persona de su abuelo, Thomas
Percy Bingham. Víctor Urquidi es el ejemplo de esas muchas circunstancias que
deben coincidir para hacer posibles los encuentros humanos. Inglaterra,
Australia, Nicaragua, Estados Unidos y México fueron piezas territoriales
conjuntadas por él, momentos de distintos eventos migratorios y de diversos
encuentros y desencuentros que posibilitaron que, en los inicios del siglo XX,
sus padres coincidieran en una comunidad latina de la ciudad de Nueva York.
Urquidi vivió Londres con intensidad, y caminó también por las ancestrales
calles de Cambridge cuando la London School of Economics tuvo que mudarse a esa
ciudad, a fin de evitar los intensos bombardeos de la artillería alemana.
Cambridge y la LSE de los años treinta vivían otra guerra, una en la cual la
artillería teórica defensora del libre comercio y del antiintervencionismo de
los profesores L. Robbins y Von Hayek se confrontaba con la del prestigiado
profesor J.M. Keynes, tratando de encontrar las mejores opciones de política
para enfrentar la depresión. Esa fue la atmósfera intelectual que vivió Urquidi
en sus años de ingreso a la LSE y de ese debate se nutrió intelectualmente en
una época en la que el mundo parecía sumido en la crisis económica y en los
albores de una nueva aventura militar internacional. Convivió con los propios
Robbins y Hayek y otros, como fue el caso del también director de la LSE
(1937-1957) Alexander Carr-Saunders, quien por esos años se ocupaba del estudio
de los fenómenos poblacionales.
Llegó a México en los años cuarenta, pleno de entusiasmo, después de
concluir sus estudios de economía. Pero llegó en el momento adecuado e inició
contacto y trabajos con dos hombres de vanguardia en el pensamiento social
mexicano: Daniel Cosío Villegas y Jesús Silva Herzog, de quienes aprendió el
arte de combinar el oficio de académico con el de servidor público. Urquidi nació
a la vida intelectual desde los años cuarenta, primero como analista, asesor,
funcionario en los sectores financieros de la administración pública y segundo
como profesor en el naciente Colegio de México.
Urquidi no sólo vio los problemas de su tiempo, sino que también vislumbró
los del futuro. Percibió con claridad los problemas del desarrollo y de la
economía mexicana, los del crecimiento demográfico, los del desarrollo urbano,
los del medio ambiente, los de los vínculos entre las naciones y los de sus relaciones
fundamentales: las de carácter económico. Asistió a la reunión fundacional de
las instituciones económicas internacionales en Bretton Woods, en New
Hampshire, allí donde se sentaron las bases del orden financiero de la
posguerra. Estuvo también presente en el nacimiento oficial de la preocupación
ambiental en el seno de las Naciones Unidas, en la Cumbre de Estocolmo sobre el
medio Ambiente en 1972 y fue también activo participante de la cumbre de
Población de Bucarest de 1974.
Fue funcionario del Banco de México, del Banco Mundial, de la Cepal en
donde convivió con dos grandes pensadores: Prebisch y Furtado. Fue miembro de
El Colegio Nacional, presidente de El Colegio de México y Premio Nacional de
Ciencias Sociales, entre otros méritos. No sólo tuvo influencia en el ámbito
académico en el que fue respetado, sino también fue muy influyente en el
gubernamental en el que en algunos momentos asesoró las decisiones financieras
y en otros fue uno de los críticos más severos de las políticas gubernamentales.
Secretarios de Estado y presidentes lo procuraban o rehuían, según buscaran su
aprobación o eludieran su incisiva crítica. Su obra es vasta, sus artículos se
cuentan por cientos y su obra postrera se deja sentir en los planes y programas
académicos, en las políticas públicas y programas de gobierno, en los foros e
instituciones internacionales y en las múltiples generaciones de
profesionistas, investigadores y funcionarios públicos que se formaron en los
programas académicos que el forjó o durante los años que condujo a El Colegio
de México.
Hoy, a sus 85 años, lee y escribe con la misma intensidad y pasión que en
sus inicios y prácticamente devora las noticias del mundo que lo rodea y al que
desea permanecer unido. Prepara, en sus escritos postreros, la estafeta
intelectual que desea trasmitir a aquellos que habrán de sucederlo.
Pudiera decirse que Víctor L. Urquidi fue un hombre de su tiempo, que lo
vivió con intensidad y que de alguna manera fue su conciencia crítica, sobre
todo de ese inamovible tiempo académico mexicano que de alguna manera y en
alguna proporción fue moldeado y reencauzado por la labor de hombres como
Urquidi. No obstante, lo cierto es que Urquidi trascendió su propio tiempo, y
su obra académica e institucional, como apuesta que ha sido siempre hacia el
futuro, emerge hoy día fresca y vigente.
Urquidi vivió un mundo inestable, un tiempo mexicano de pujante actividad
económica, pero también en muchos aspectos colmado de desorden e indolencia. Un
mundo urgido de conducción, de liderazgo y de cauce institucional, un mundo,
sobre todo académico, necesitado de futuro y certidumbre y el supo dotarlo de
los remedios para suplir esas carencias.
José Luis Lezama.com
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Fecha de publicación: 25-julio-2004
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