José Luis Lezama
La Muerte de un Naturalista de Seamus Heaney (1939-2013) es ante todo el testimonio de un hombre hablando desde su tiempo y su tradición, de una sensibilidad delicada y sutil, de una manera de percibir, de vivir y de hablar por el mundo, por una naturaleza que hasta donde hoy sabemos es inexpresiva, sin rumbo, fin o propósito; y es también una pedagogía, lecciones para entenderla, sobre todo en un medio, en un contexto, el de la ciudad, que se piensa separado, desconectado, por encima del natural. Heaney es al mismo tiempo el aviso y el recordatorio de la existencia, la importancia, la belleza y las sospechas de ese mundo, de la necesidad de sus ciclos, de su fábrica de vida y de muerte.
Heaney no habla de una sino de muchas naturalezas, de aquella que se expresa en el ciclo de la vida y de la muerte, las hojas del lino en el estanque que se pudren, los seres inanimados, seres de adaptación y de elección que cohabitan el mundo, constituyéndolo, destruyéndolo y reconstituyéndolo. De lo que retorna al polvo, lo que se nutre de muerte para generar vida, lo que se deteriora o destruye transmutándose en plantas, microorganismos, humanos y no humanos, el huevo de la rana que revienta para dar aliento al ágil renacuajo. Una naturaleza que se expresa en, a veces, indescriptibles sonidos: pisar el suelo lodoso, el gargarear de las burbujas, o el sonido engazado que se desprende de ciertos olores, todo eso que en las palabras de Heaney se convierten en un inventario elocuente de las cosas del mundo.
Pero hay otra naturaleza que nace también de la muerte del naturalista, aquella intervenida, participativa, intercambiada, en diálogo con el hombre. Aquella que nace de la semilla y del fruto sembrado y recolectado por la mano humana, por la pala, el azadón, la máquina segadora, del sudor y el esfuerzo, a veces extenuante, humano. Esa naturaleza que deja sentir Seamus Heaney en la laya que se hunde en la tierra, penetrando la arcilla, rompiendo raíces, desenterrando el tubérculo, y con él su húmedo olor, el moho, el hongo adherido, el sonido fresco del metal que lo atraviesa, la historia ancestral, el padre y el abuelo agachándose en la siembra y la cosecha, lo que es materia del poema Cavando; ese mundo que el autor prometió indagar y descubrir con el poder penetrante de su pluma.
En su viaje de retorno de la ciudad al campo, al contacto con la naturaleza, Heaney nos muestra una forma de vida olvidada, desconocida, desvalorada y desconectada para el habitante de la ciudad. No sólo permite la unión conceptual entre los productos animales y vegetales de la dieta humana con sus fuentes naturales, sino también le recuerda al citadino su conexión con la Tierra y con quienes le hacen rendir sus frutos. Heaney enseña a los habitantes de la ciudad qué es una tierra arada, cómo sabe esa tierra, cómo huele esa tierra, cómo se capta sensorialmente y, después, conceptualmente el olor de una fruta, la materia descompuesta por la humedad, el viento, el olvido y los microbios. La suya es una pedagogía del mundo natural para corregir la ignorancia urbana sobre el origen de las cosas que pueblan el mundo.
La lectura de Seamus Heaney de la naturaleza es también la de un ser social; por lo tanto no libre de valores. Expresa por ello también sentimiento de culpa, una especie de crimen y castigo que resultan de su disrupción de niño en un mundo natural, de alguna manera vivido por él como sagrado e intocable.
Edward Wilson, principal especialista de hormigas en el mundo encontró, entre las alrededor de 14 mil razas de ellas que ha estudiado, la existencia de esclavitud, extraña forma de atribuirle a la naturaleza una institución humana. Seamus Heaney ve una reunión de ranas adultas que le parecen van en su busca para ejercer una acción punitiva, por el acto pecaminoso de sustraerle los huevos para observar su transformación en renacuajos, alterando algún orden natural. Wilson y Heaney no sólo observan el mundo; dan cuenta también de su ser en el mundo. Las enfurecidas ranas que observa Heaney y que le provocan la muerte de su naturalismo, parecen resultar de las mismas motivaciones que llevan a Raskolnikov a confesar su crimen y lograr así la paz.
Algunos, sobre todo los que diseñan políticas y programas ambientales, ven a la naturaleza como algo armónico, equilibrado, estable, un ejemplo o modelo de vida para los humanos, un libro abierto para guiar nuestras acciones; la naturaleza recicla, es jerárquica, es lo salvaje, el reino de la hostilidad, un enemigo a vencer. No obstante, la naturaleza en sí no es nada de eso, no son atributos en sí de la naturaleza sino cualidades, características propias de los humanos, son adiciones, accesorios colocados y elaborados por los humanos. Seamus Heaney no es un relator cualquiera de los hechos de la naturaleza, es un poeta, lo cual no lo aleja de su ser humano y de los pecados de su ser social.
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Death Of A Naturalist
All year the flax-dam festered in the heart
Of the townland; green and heavy headed
Flax had rotted there, weighted down by huge sods.
Daily it sweltered in the punishing sun.
Bubbles gargled delicately, bluebottles
Wove a strong gauze of sound around the smell.
There were dragon-flies, spotted butterflies,
But best of all was the warm thick slobber
Of frogspawn that grew like clotted water
In the shade of the banks. Here, every spring
I would fill jampotfuls of the jellied
Specks to range on window-sills at home,
On shelves at school, and wait and watch until
The fattening dots burst into nimble-
Swimming tadpoles. Miss Walls would tell us how
The daddy frog was called a bullfrog
And how he croaked and how the mammy frog
Laid hundreds of little eggs and this was
Frogspawn. You could tell the weather by frogs too
For they were yellow in the sun and brown
In rain.
Then one hot day when fields were rank
With cowdung in the grass the angry frogs
Invaded the flax-dam; I ducked through hedges
To a coarse croaking that I had not heard
Before. The air was thick with a bass chorus.
Right down the dam gross-bellied frogs were cocked
On sods; their loose necks pulsed like sails. Some hopped:
The slap and plop were obscene threats. Some sat
Poised like mud grenades, their blunt heads farting.
I sickened, turned, and ran. The great slime kings
Were gathered there for vengeance and I knew
That if I dipped my hand the spawn would clutch it.
Muerte de un naturalista
Durante todo el año el dique de lino supuraba
en el corazón del pueblo; verde y de cabeza pesada
el lino se pudría allí, aplastado por enormes terruños.
A diario chorreaba bajo un sol de justicia.
Burbujas gorgojeaban con delicadeza, moscardones
tejían una fuerte gasa de sonido en tomo al olor.
Había también libélulas, mariposas con lunares,
pero lo mejor de todo era esa baba caliente y espesa
de huevos de rana que, a la sombra de las orillas,
crecía como agua coagulada. Aquí, cada primavera
yo llenaría los tarros de mermelada con gelatinosas
motas para poner en fila en el alféizar de la casa,
y en el colegio, sobre estantes, y esperaría y miraría
hasta que los puntos engordasen estallando en ágiles
renacuajos nadadores. La Señora Walls nos contaría cómo
a la rana padre se le llamaba rana toro
y cómo croaba y cómo la mamá rana
depositaba centenares de pequeños huevos y eso eran
babas de rana. También se podía predecir el tiempo por las ranas
pues eran amarillas al sol y marrones
bajo la lluvia.
Entonces, un caluroso día cuando los campos apestaban
a boñiga de vaca sobre la hierba, las airadas ranas
invadieron el dique de lino; yo atravesaba los marjales
agachado y al son de un áspero croar que no había oído
antes. El aire se espesó con un coro de bajos.
Justo al pie del dique ranas de gordas barrigas sé mantenían alertas
sobre terruños; sus nucas sueltas latían como velas. Algunas saltaban:
el slap y plop eran amenazas obscenas. Algunas se sentaron
dispuestas como granadas de barro, con sus calvas cabezas pedorreando.
Me sentí enfermo, di la vuelta y corrí. Los grandes reyes babosos
se reunían allí para vengarse y supe
que si metía mi mano las babas la agarrarían.
Seamus Heaney
Versión de Vicente Forés y Jenaro Talens
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