Sábado 27 de Julio de 2013
En Copacabana, el papa Francisco les impidió que se arrodillaran para besar su mano, los besó y abrazó. El Clarín
Nadie, quizá muy pocos, de los personajes que registra la historia, haya sido tan profundamente humano y, sólo por decirlo de algún modo, tan profundamente amante de la vida y la naturaleza que San Francisco de Asís (1182-1226). Además de su dedicación y compromiso con los pobres, su amor y piedad incluía a todos los seres vivos, al mundo animado y al inanimado, a las piedras, al polvo, al agua, al viento, a los astros, a todos los seres que pueblan el mundo, todo lo cual consideraba obra de la creación, llegando incluso a amar la enfermedad y la muerte.
Al hacerse llamar sencillamente Francisco, en honor a San Francisco de Asís, el papa quiso mandar dos mensajes, dos propuestas para un nuevo pontificado; el primero su deseo de acercarse a los pobres y de restituirle a la iglesia cristiana su vocación original, un evangelio de esperanza para los desesperanzados, para los maltratados, para los vejados, para los excluidos, para los condenados de la Tierra, aquellos que representan el lado de los perdedores del mundo.
El segundo mensaje, es su compromiso con la naturaleza, con la defensa de la obra de la creación, tarea que entiende como deber de todo hombre y de toda mujer inspirados en los valores cristianos. La suya no es la defensa a ultranza de la naturaleza propia de los ecologistas más radicales; es decir, no es una lucha por una naturaleza que valga por sí misma, independientemente de los hombres, sino de una naturaleza que nos brinda sus servicios a todos por igual, pero de cuya preservación depende críticamente la vida de los pobres y de los pueblos indígenas, y que es para éstos no sólo fuente de vida material sino también referente y confort espiritual.
De paso, el llamarse Francisco, le permite enviar un mensaje adicional, una imagen de oposición a toda jerarquía, a cualquier principio dinástico y su voluntad expresa de romper con la ostentación, los privilegios y los poderes materiales que, a su entender, han desviado la iglesia del compromiso con los pobres.
Escoger a San Francisco de Asís como fuente de inspiración, no sólo le permite al Papa identificarse y proponer un evangelio de austeridad y humildad, en un mundo que él observa ganado por el egoísmo, la avaricia, el gusto por los placeres efímeros y por el dinero, sino que lo habilita para aparecer públicamente como el elegido, lo mismo que San Francisco, para reconstruir, para rescatar la iglesia “de las ruinas en las que se encuentra”, penetrada como está hoy día por el descrédito, la corrupción, los lujos, los privilegios y por el disfrute de lo material que, bajo la mirada del Papa, contradice su esencia.
En su mensaje a los brasileños y al mundo en la favela de Varginha, en el norte de Río de Janeiro el jueves pasado, en un territorio recientemente “pacificado” y rescatado de las violentas bandas de delincuentes que asuelan Río y que llegó a ser conocido como La Franja de Gaza, el Papa atacó lo que ha llamado la cultura del egoísmo y del individualismo, demandando mayores esfuerzos para combatir el hambre y la pobreza. En sus palabras, ninguna paz, ninguna armonía será duradera si se basa en la exclusión de vastos grupos de la población, si la propia sociedad empuja a parte de sus miembros a sus márgenes.
Su discurso, sus palabras han estado plenas de un lenguaje anti-materialista, opuesto a lo que llama la dictadura de la economía y de la riqueza. Es esta dictadura, lo que ve detrás también de la destrucción de la naturaleza, de su comercialización, de su explotación, de su simple conversión en mercancía, de su sometimiento al dinero. Para el Papa, un consumismo ultrajante invade al mundo moderno, un consumismo que depreda la naturaleza y que la convierte en simples desechos; ve en el mundo de hoy la instauración de una cultura de despilfarro y del desperdicio, que equivale a robar la comida de la mesa de los pobres y que urge detener.
En una anterior visita a Brasil, en el 2007, como parte de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (CELAM), aún como cardenal Jorge Mario Bergoglio, contribuyó a la redacción del Documento Conclusivo en el cual se denuncia el control de las grandes multinacionales sobre los recursos naturales, el saber de los pueblos indígenas y sobre la soberanía de las naciones.
A pesar de su preocupación ambiental, el Papa Francisco ha puesto en práctica un evangelio más orientado a los humanos, y dentro de estos, especialmente a los pobres. El de San Francisco, en cambio, iba dirigido a todos los seres de la creación. Se cuenta que en el invierno solía salir con un tarro de miel a darle de comer a las abejas, para restituirle el alimento almacenado por ellas para cuando escasearan las flores y que los hombres le habían sustraído. Ninguna ecología profunda de hoy sería tan profunda como la practicada en el siglo XIII por este hombre. www.joseluislezama.com
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