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Para entender la política ambiental del presidente Trump
José Luis Lezama
En
el tema ambiental, lo mismo que en todas las propuestas para cambiar la
política y la economía estadounidense, a fin de hacer América great again, la brecha entre la mercadotecnia y la realidad
cada vez se muestra más amplia. En ningún lugar del planeta esto es más cierto
que en Estados Unidos, dado la forma en la que funciona su economía y su
política.
Esto
es válido para todas las promesas de campaña. Ya sea en el tema migratorio, en
el TLCAN, en la construcción del muro, en la relación comercial con China y del
libre comercio en general y, por supuesto, también en el tema ambiental. En
cada uno de estos campos las propuestas del presidente Trump tienen problemas para ponerse en práctica. Estas propuestas no son sólo del presidente,
sino de un poderoso grupo económico y político que, de alguna manera, sintió que
no se estaba beneficiando lo suficiente del sueño
americano y cuyos representantes, hoy día en las posiciones políticas más
relevantes del poder ejecutivo, parecen actuar con un cierto espíritu de revancha, a fin de recuperar el tiempo perdido.
El
principal enemigo para las promesas de campaña del presidente es la realidad, así como sus factores de
poder. En cada ámbito donde se pretende borrar
el pasado, existen poderes, intereses económicos, mercados, desarrollos
científicos y tecnológicos, futuros en marcha, opuestos a sus propuestas. Estos
son verdaderas fuerzas de poder, con representación política en el congreso, no
solo en el partido contrario, sino dentro de su propio partido. Muchos y
poderosos grupos se benefician del estado actual de la economía y de los
equilibrios de poder con los cuales se encontró el presidente a su arribo al
gobierno. Y son estos los verdaderos focos de resistencia, que resultarán
decisivos en un desenlace final que no parece ser otro que: cambiar para que todo siga (casi) igual. Las
propuestas del presidente no operan en el vacío, se enfrentan y confrontan con otros
poderes, en un juego político no controlado por individuos aislados, aun cuando
sean miembros del poder ejecutivo, sino por las verdaderas fuerzas que mueven
al mundo moderno: el mercado y el poder.
En
el tema ambiental, la última medida del presidente para desmantelar el Plan de Energía Limpia del presidente
Obama, es un claro ejemplo de la diferencia entre sueño y realidad, y de las
fuerzas, igualmente poderosas, que se le oponen, no sólo en el ámbito de la
sociedad civil. El ejecutivo puede reactivar las centrales eléctricas de carbón
mediante subsidios. ¿Durante cuánto tiempo, siendo una industria obsoleta,
superada tecnológicamente y no competitiva? Esta industria no tiene futuro,
entre otros, por dos motivos cruciales: por una parte, por el abaratamiento del
gas y del petróleo, por otra, por los cambios tecnológicos que han hecho
posible un gas y petróleo Shale
abundante y barato; cambios que, a su vez, han provocado una verdadera
revolución en la generación de energía renovable, principalmente solar y eólica,
donde los inversionistas apuestan por ser una verdadera fuente de negocios
altamente rentable.
Los
principales opositores al regreso del carbón a las centrales eléctricas y a la
economía no son tanto los ciudadanos con conciencia ambiental, sino los
inversionistas, incluso los de la propia industria del carbón, que se han
movido hacia el más promisorio y rentable campo de las energías renovables. Los
únicos aferrados al carbón son los antiguos trabajadores mineros pobres, ilusionados
por las ofertas de campaña.
Lo
cierto es que la reacción mundial por las consecuencias de las medidas
antediluvianas del presidente de Estados Unidos, no solo está
sobredimensionada, sino que sirve a muchos líderes políticos nacionales, entre
otros los de México, para justificar su inacción y su falta de compromiso con
la causa ambiental.
El fracaso del Protocolo de Kioto y el destino de los Acuerdos de París no solo dependió, y no
solo depende de lo que hizo, haga o deje de hacer Estados Unidos, sino de los
compromisos reales de aquellos países que, cuando se trata de firmar acuerdos,
lo hacen como parte de un protocolo político, pero que carece de voluntad y de verdaderos
instrumentos para su cumplimiento. México es un ejemplo en donde las
instituciones no están capacitadas para hacer cumplir las leyes, normas y los
compromisos internacionales.
No
quiero decir que no importe que Estados Unidos desmantele el Plan de Energía Limpia y otras medidas
ambientales, que son la base de los ofrecimientos de Estados Unidos para
reducir en un tercio sus emisiones al 2025 en Los Acuerdos de París; ni que sea irrelevante toda su actitud
contraria a la protección ambiental; sólo deseo contextualizar y relativizar
sus posibles efectos. Para empezar, la sustitución de este plan no podrá
ocurrir antes de un año. Por otra parte, las centrales eléctricas de 29 estados
de la unión americana operan ya con una parte significativa de energía
renovable y estas entidades van oponerse a la nueva política energética. En
poco tiempo, la energía renovable generará el 20 por ciento de la electricidad.
Estados Unidos no firmó Kioto,
no obstante, en algunos estados se alcanzaron estándares ambientales por arriba
de los internacionales. Muchas ciudades europeas, asiáticas y latinoamericanas
que si firmaron Kioto se cuentan entre las más contaminadas del mundo. Firmar
un acuerdo es una representación política, protocolaria y simbólica; no es un
acto necesariamente conducente a acciones congruentes y concretas.
Estados
Unidos al menos cuenta con instituciones, poderes y prácticas democráticas más
desarrolladas, para contrarrestar la voluntad de cualquier grupo de poder para
imponer unilateralmente cualquier proyecto económico, político o ideológico. Por
otra parte, las cortes y las calles siempre son un recurso efectivo en manos de
los ciudadanos.
@jlezama
Dr. José Luis Lezama
Profesor-Investigador
El Colegio de México
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