Trump, la naturaleza y el orden feudal moderno
José Luis Lezama
Revista Nexos
Marzo 17 de 2025
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Hacia un proyecto feudal moderno
¿Representan la llegada al poder de Donald Trump y sus aliados de los gigantes tecnológicos de la era digital, y el desorden mundial que sus políticas económicas, políticas y militares están provocando, el fin del orden social moderno, el verdadero fin de las grandes narrativas de la modernidad ilustrada hace tiempo anunciadas y la entrada en escena no de un orden social post moderno, sino de uno premoderno, históricamente regresivo, una especie de nueva edad media?
A simple vista el mundo se ha hecho en extremo caótico, amenazado por una especie de balcanización económica y política a escala mundial, avanzando por ello hacia el aparente colapso del orden civilizatorio que alcanzó su culminación en el periodo actual de la modernidad. El nuevo arribo de Donald Trump a la presidencia del país más poderoso, en términos económicos y militares, parece poner el orden mundial de cabeza. Hay sin duda, una psicología megalómana en el intento de Trump por someter y poner bajo sus pies a las naciones y a los ciudadanos del mundo en una suerte de servidumbre post moderna. Algunos hablan del resurgimiento de un orden feudal: en la cúspide de este medioevo revivido estaría Trump, como el gran señor feudal universal, convirtiendo al resto del mundo en sus siervos y vasallos. La idea de un feudalismo que parece querer reinstaurarse en un periodo, hasta no hace mucho, considerado como el de la plena realización de la modernidad ilustrada, pareciera un contradictio in adiecto; ¿cómo puede considerarse feudal a un sistema nacido de su antítesis, del paradigma de la ilustración, un orden regido por la mercancía y el libre mercado.
A Ulrich Beck, no obstante, no le parecería aberrante esta aparente ambivalencia puesto que consideró a la sociedad moderna, que imperó hasta mediados del siglo XX, una sociedad feudal moderna, en la medida que muchas categorías e instituciones feudales prevalecían en ámbitos como el doméstico (el trabajo no pagado de la mujer en el hogar, equivalente a la dote feudal entregada al marido en el matrimonio, la lealtad como categoría central en el matrimonio, la no libertad, la imposición por nacimiento del rol sometido de la mujer en el hogar, etc.), conviviendo y subordinadas a las categorías modernas del capital y la mercancía.
La sugestiva imagen de un renacimiento de instituciones feudales en el siglo XXI, parece reforzada por la emergencia de una nueva clase económica y política, una especie de grandes señores feudales que operan y dominan a escala mundial y cuya fuente de riqueza no pareciera ser la ganancia capitalista proveniente de la explotación económica del trabajo, el plusvalor, la producción y el intercambio de productos, sino de la renta extraída de todos los rincones del mundo con base al dominio de las grandes plataformas digitales que la tecnología moderna ha hecho posible y ha puesto en manos de estos grandes señores feudales como serían, Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Bill Gates, y el trío googleano integrado por Larry Page, Serguéi Brin y Sundar Pichai, entre otros, cuya fortuna conjunta fluctua alrededor de ls 3 billones de dólares, superior a la de muchos de los grandes consorcios capitalistas convencionales, y también con grandes impactos sobre el medio ambiente: cerca del 12 por ciento de la electricidad producida en el mundo es consumida por la economía digital, además de su inmenso consumo de materias primas y los grandes volúmenes de basura digital que genera. Doce de los grandes multimillonarios del periodo actual, la mayor parte de ellos señores feudales del mundo digital, producen el equivalente de gases de efecto invernadero de 2 millones de hogares, lo que significa 17 millones de toleladas de CO2 anualmente, ya sea por sus empresas o por sus estilos de vida.
No obstante, la emergencia de estas formas feudales de obtención de riqueza y poder no son suficientes para considerarlas como formas de organización económicas y políticas independientes del orden capitalista mundial, al cual más bien reproducen y están subordinadas. El capital sigue siendo la categoría económica dominante y su lógica de dominación subordina a todas las otras formas no capitalistas, como ha ocurrido históricamente con diversas prácticas económicas con las que ha convivido y de las que se ha servido para su reproducción y perpetuación.
Una sociedad plutocrática
Hay muchas otras lecturas posibles al rumbo tomado por el orden mundial moderno regido por el capital y la mercancía, y también sobre sus implicaciones para la naturaleza, ya sea la humana o la no humana. Una de ellas nos hace pensar que estamos en vías de la instauración de un orden social plutocrático en el cual los ricos parecen decididos a prescindir de sus administradores de la clase política y ejercer el poder directamente, no solo el económico que ya detentan, sino también el político. La llegada al poder del presidente Trump, y el equipo de multimillonarios que lo acompaña en su nueva administración, no sería más que una de las expresiones de esta tendencia que se viene imponiendo paulatinamente y que va también acompañada del abandono del principio de la movilidad social y el sueño americano como formas de legitimación y reproducción.
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Adiós a la ilustración
Se habla con frecuencia de una especie de estado de locura del presidente Trump, cuyos síntomas serían sus políticas que amenazan el mismo orden social que se supone representa, la alianza con el antiguo enemigo del imperio americano y su hostilidad hacia sus aliados europeos y sus socios comerciales. Si pudiéramos hablar de locura, no sería propiamente la del presidente, sino la del sistema mismo del cual él no es sino un representante, con sus delirios de grandeza. Hay en todo caso, una demencia estructural, una lógica en esta locura, y esta lógica sería la de un sistema económico y político mundial, comandado por Estados Unidos y basado en una economía y un poder militar nunca antes existente en la historia humana, que lo hace pensar que puede prescindir ya no solo de sus administradores en el campo de la política, sino también de toda la parafernalia democrática, igualitaria, libertaria sobre cuyos principios se legitimó el orden modernos pero que, en la vida real, jamás se cumplió. Estos valores, como alguna vez afirmó Foucault, solo existían en las meta narrativas, en los grandes discursos auto celebratorios de la modernidad. En la vida real, en el plano de la mayoría de los hogares ha prevalecido lo contrario, la desigualdad, el autoritarismo y el dominio patriarcal, la inexistencia de la libertad y el libre albedrío.
En todo caso, la llegada de Trump significaría el abandono de estas grandes narrativas y el despliegue del reino del capital a secas, con toda su brutalidad, con todo su cinismo y con su insaciable compulsión por el consumo y devastación de las vidas humanas y no humanas. La crisis ambiental, el aumento promedio de la temperatura planetaria y la inmensa devastación de la naturaleza, que permite hablar de una pérdida irreparable de la biodiversidad, cuyo riesgo para el sistema de la vida hace palidecer al de la crisis climática, empezaron a manifestarse en su carácter estructural desde el boom de la post guerra y emerge a la conciencia pública desde los años sesenta. Que estas tendencias y la llegada al poder en la nación más poderosa del mundo de alguien decidido a representar a un capitalismo sin máscaras y sin disimulos puedan amenazar al sistema, es el riesgo que éste tal vez esté dispuesto a correr para poner en práctica la idea de que para el sistema ha llegado el momento de actuar bajo la forma más descarnada de su ser más brutal en el mundo, haciendo a un lado los falsos discursos del deber ser y haciendo efectiva la frase de Hegel en el sentido de que es el mal y no el bien lo que conduce los destinos del mundo.
No es Trump el causante de la crisis ambiental
Las cumbres ambientales internacionales han refrendado el desdén de los gobiernos del norte y del sur global para enfrentar los factores que devastan la vida planetaria. La última cumbre climática, la COP 29 de Azerbaiyán del 2024 y la Conferencia de las Partes sobre Diversidad Biológica (COP 16) de Roma de este año, dan testimonio no solo de lo insustancial y frívolo de sus acuerdos, sino también de una especie de conformismo complaciente, una aceptación tácita de la derrota ante la incapacidad o falta de voluntad para cambiar de fondo las estructuras de poder que destruyen la naturaleza en el marco de las negociaciones ambientales internacionales.
Esto se expresa, para poner solo un ejemplo, en los vanos compromisos financieros alcanzados para hacer frente a estos problemas con la satisfacción de los representantes gubernamentales de los países más afectados por la crisis ambiental, ante las promesas ilusorias de futuros flujos de dinero hacia los países pobres para enfrentar las consecuencias de la crisis. En la cumbre de Roma de febrero pasado, el gran acuerdo fue la creación de una hoja de ruta en la cual se discutirá la conveniencia de crear una nueva agencia de financiamiento y establecer un marco que permita monitorear el cumplimiento por parte de los países signatarios de lo que se acordó en el 2022 en Montreal, consistente en conservar el 30 por ciento del agua y la tierra del mundo para el 2030 y la movilización de un fondo de 200 mil millones de dólares anuales para ese mismo año. Lo mismo que en las cumbres climáticas, donde desde Copenhague en el 2009, cuando se prometieron fondos por 100 mil millones de dólares anuales para el 2020, el dinero ha sido solo una promesa que cada vez se hace más irreal. Estados Unidos, que ha retirado toda ayuda financiera, no estuvo en Roma y Reino Unido que, si asistió, anunció grandes recortes a su ayuda internacional.
Las causas de la crisis ambiental están en la lógica del sistema capitalista y en su fábrica económica que no puede vivir sino destruyendo compulsivamente naturaleza no humana, bajo la forma de recursos naturales, y humana bajo la forma de fuerza de trabajo, incluida la de la población migrante. No es Trump en lo personal el responsable de la crisis climática y ambiental, ni del fracaso de las 29 cumbres climáticas y de las 16 COPs para enfrentar la preocupante pérdida de la diversidad. Estados Unidos es responsable de alrededor del 15 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero, más del 80 por ciento lo produce el resto del mundo. En los hechos este resto del mundo hace poco o nada para salvar al planeta y a sus seres de vida.
Son las élites del norte y del sur global, cuyos privilegios provienen de ese mismo orden capitalista que devasta personas y seres no humanos, las más interesadas en mantener este orden social del que obtienen tantos beneficios. Con o sin Trump en la presidencia, el planeta seguirá ardiendo y las temperaturas planetarias se acercarán a los 3 grados Celsius para el año 2100, por arriba de los niveles preindustriales, y la fábrica de la vida planetaria, la naturaleza, terminará exhausta más pronto de lo que se ha conjeturado, lo cual significa una condena de muerte para la existencia humana y no humana a escala planetaria.