Sábado 2 de Mayo de 2015
El protocolo de París o el fin del mundo.
Las Razones del Desacuerdo
Climático
(Primera parte)
José Luis
Lezama
La fe en el cambio climático
El cambio
climático aparece hoy día como la principal fuente de preocupación, generadora
de angustia a escala mundial, una amenaza para el sistema económico y social,
una amenaza para toda, cualquier forma de vida. Nadie parece tener dudas, nadie
quiere tener dudas, nadie quiere mostrarse en la escena pública teniendo dudas;
nada parece más aberrante, sobre todo en el ámbito de los “comprometidos” con
la causa ambiental, que un clima
escéptico, mucho más un clima denier,
un negador del cambio climático.
Nadie
quiere ser asociado con las poderosas compañías petroleras que parecen
responsables de promover la mayor parte de las dudas sobre la existencia de
este gran problema que, para algunos, no requiere de mayores pruebas para
mostrar su capacidad para desatar la catástrofe. La lógica de algunos de los
defensores del cambio climático se asemeja a la religión, en su discurso abunda
la predica; su principal fuente de adhesión parece ser la fe; exige creyentes;
es reacia e hipersensible, a la discusión y la crítica; la duda es en cierta
medida herejía.
No
obstante, nadie es hoy día capaz de mostrar pruebas analíticas, científicas,
para asociar los eventos extremos, como son las ondas de calor, de frío, las
sequías, las inundaciones, etc., con el cambio climático. A nadie le preocupa
el hecho que, desde 1998, los expertos hablen de un Hiatos, una pausa en el calentamiento del planeta, la cual es
rápidamente explicada bajo el argumento de que el cambio climático hay que
entenderlo como un fenómeno de largo plazo. Largo plazo que, por cierto, no
puede extenderse tanto como para remitirnos a los orígenes del planeta, sino un
largo plazo confortable, donde en
cuestión de 300 años, 400 años, por decir algo, podamos ajustar cómodamente
episodios de frío o calor que justifiquen
hablar de una tendencia de largo plazo.
¿No sería más lógico, más coherente,
pensando con el razonamiento de los
largos plazos remitirse también a los orígenes del planeta y situar allí
los 300 o 400 años que lleva de existencia el periodo industrial, con lo cual
la noción de largo plazo se convertiría en un asunto de millones de años?.
Así es de
hecho la naturaleza de nuestra relación con la ciencia en el mundo de hoy;
ellos tienen la verdad, ellos nos dicen cuál es esa verdad; perdemos ante ellos,
como lo señala Ulrich Beck, nuestra autonomía cognitiva, sobre todo ante
fenómenos que no podemos percibir con nuestros sentidos y cuya demostración
depende de fórmulas, modelos, hipótesis sumamente complejos. Nuestra relación
en la vida cotidiana con la ciencia y sus ‘verdades’ es una cuestión de fe.
¿A quien le importa el cambio climático?
No
obstante, aceptando los no felices escenarios de los especialistas, integrantes
o adherentes del IPCC, nadie muestra mayor entusiasmo cuando se trata de
enfrentar sus causas, prevenir sus consecuencias, corregir sus daños. La mayor parte de los países que integran la
comunidad internacional, por no decir todos, aceptan la veracidad del cambio
climático y el fin del mundo a él asociado. No obstante, cuando llega la
hora de los acuerdos, de los compromisos reales, de pagar los costos, de la
necesidad de someterse a instancias internacionales independientes, a algún
tribunal con capacidad punitiva para
castigar la simulación, a los que hacen trampas, a los que no cumplen con los
acuerdos internacionales, todo se hace evasivo, nadie quiere comprometerse a
nada, ya sean los gobernantes de los países desarrollados o los de los países
no desarrollados.
Ambos se
mueven bajo el principio de que primero están sus intereses, su desarrollo, su
competitividad, su economía y, en el caso de los representantes de los países
pobres, el argumento recurrente es el derecho de sus gobernados al desarrollo y
al bienestar, como si a estos gobernantes les importara mucho el bienestar de su
gente.
Las
corporaciones y los bloques económicos actúan con la misma lógica, con la
diferencia que allí abunda la especie de los clima escépticos y más de un negador
del cambio climático. Muchas de las empresas ‘ambientalmente
comprometidas’, lo mismo que algunas de las ‘socialmente responsables’, se
encuentran entre los principales depredadores del trabajo humano y de la
naturaleza, son factor decisivo del empobrecimiento del mundo.
¿Cuál es el
problema climático que combaten los países y los organismos internacionales?
No es
ningún descubrimiento decir que la falta de un acuerdo internacional sobre el
cambio climático tienen que ver, por una parte, con un mal diagnóstico sobre el problema y con
la estrategia para resolverlo basada en ese diagnóstico. Por otra parte con un
mal entendimiento de los factores que deciden las relaciones entre países y que
están en la base de los acuerdos y desacuerdos en estas relaciones.
En lo
referente al diagnóstico, existen al menos dos aspectos que destacan. Uno es su
incapacidad para distinguir diferencias en los factores explicativos, lo cual
se refleja en una incapacidad para jerarquizar entre lo que es relevante, lo
que es menos relevante y lo que es irrelevante, sobre lo cual habría que
reflexionar, si la intensión es entender y empezar a aplicar las medidas
necesarias para resolver lo que los expertos han colocado como el problema
ambiental más relevante del periodo actual: el cambio climático.
Otro tiene que ver con un diagnóstico que actúa bajo la
lógica de El elefante en la sala de estar
(The elephant in the living room). Un diagnóstico que no ve, que no quiere
ver, que a veces no es capaz de ver lo que es obvio, tan visible que no permite
su percepción, que produce ceguera y que tiene que ver con la o las causas
abrumadoras que provocan no sólo el presunto
cambio climático, sino la crisis ambiental contemporánea, y que están a la
vista de todos, en todos los ámbitos de la vida cotidiana.
Es ésta
una incapacidad para situar la crisis ambiental como resultado del principal
motor de la vida contemporánea, la maquinaria económica y política, los
factores de poder que explican la crisis, y su capacidad para consumir y
destruir compulsivamente el trabajo humano y la naturaleza, ambos factores
cruciales para hacer posible ese mismo sistema que con tanto afán se esmeran en
destruir sus principales beneficiarios.
La
afirmación, por ejemplo, que hacen los expertos en el campo de las ciencias del
clima, repetida a veces religiosamente en las ciencias sociales, sobre el origen
antropogénico de lo que han dado en denominar calentamiento global, y su
asociación con el consumo masivo y generalizado de energía fósil desde los
inicios del periodo industrial, que pareciera aclararlo todo, facilitando,
además, el entendimiento y solución del problema, se ha convertido en realidad
en una de las principales causas de confusión y malos entendidos. De hecho esta
afirmación no dice nada, no aclara nada o, por decir lo menos, dice muy poco sobre la naturaleza de los
problemas ambientales, incluido el cambio climático, mucho menos sobre su
importancia real con relación a otros problemas ambientales o no ambientales.
Ese es un
problema no sólo de la ciencia social, a quien le correspondería analizar las
causas antropogénicas que tienen que ver con diversos ámbitos del quehacer
humano en sociedad, sino de la ciencia climática misma, quien encerrada en su
campo analítico, da por sentadas cosas que corresponden a categorías de
naturaleza económica y política, y que deben ser explicadas por estas
categorías para proveer explicaciones más amplias, más de fondo de la crisis
ambiental contemporánea, a la que los propios expertos de ambas disciplina
colocan como el problema ambiental más preocupante del periodo actual.
Pensar así
el cambio climático y el medio ambiente no sólo impide su conocimiento, sino
sobre todo su solución. En primer lugar porque en la sociedad actual, en el
actual periodo industrial moderno, lo antropogénico no se refiere a cualquier
factor, no puede reducirse a una generalidad; lo mismo que no podemos decir de
manera simplista que son las actividades humanas en general quienes provocan la
actual crisis planetaria.
Es más bien resultado, el efecto colateral de
una forma de hacer sociedad, de una organización social particular, histórica, de una forma de convivencia y de
organización de la vida social regida por la economía y basada en la
mercantilización, en la explotación y sumisión del mundo, del humano y del no
humano. Es la reducción de la naturaleza y del trabajo humano a algo que no
tiene valor por sí mismo, que es simple medio, medio ambiente, para los fines
de la capitalización del mundo, de la rentabilidad y la ganancia y para,
montada sobre ese proceso, la generación de una sociedad plutocrática, una
sociedad de ganadores que ganan todo y de perdedores que pierden todo: una
naturaleza y un mundo humano expoliado y sobreexplotado, reducido a la
condición permanente de perdedores, una exitosa fábrica productora de pobres y
contaminación.
Es éste el
mecanismo, el sistema responsable de la crisis ambiental y de la crisis
climática, ambas estrechamente vinculada y en interacción con la crisis
permanente de la economía y de todo el sistema social, cultural e ideológico
que lo reproduce y legitima. Una economía que funciona, entre otras cosas,
sobre la base de generación de deuda y miseria, deuda financiera, deuda
ecológica, no sólo dilapidadora del presente sino de un futuro que se muestra
ya invadido, colonizado por el sistema
actual.
¿A quien
le importa realmente la naturaleza que se agota y destruye, las vidas, el
futuro y los sueños de los pobres que se consumen en semejante proceso, siempre
a la espera de un paraíso prometido que nunca arriba y sobre el cual se
legitima la austeridad extrema que permanentemente se les demanda?.
En tiempos
de alta competencia económica internacional se trata de abaratar los factores
que participan en la producción, los recursos que se extraen de la naturaleza,
y el trabajo, tanto el que opera con las leyes de la explotación capitalistas,
bajo el esquema del intercambio de equivalentes, regido por el mercado, como el
feudal o semi-esclavo basado en la extorsión de los trabajadores migrantes
ilegales del mundo, que permite agrandar las tasas de retorno. Sólo esto hace
competitivo a los grandes bloques económicos y a las grandes competidores que
se disputan los mercados, a los consumidores, y a la naturaleza convertida
en materias primas en el mundo entero.
Toda
política ambiental, toda política climática en el ámbito internacional, todo
acuerdo, para tener viabilidad debe partir de un análisis, de un diagnóstico
que entienda y explique las relaciones y diversas influencias entre el mundo
natural y el orden social en sus profundas interacciones, las fuerzas
económicas, políticas y sociales que constituyen el modus operandi, la fábrica del mundo contemporáneo mediante la cual
se da la economización de la relación de los mundos humanos y no humanos.
Querer
hacer política climática internacional, querer lograr acuerdos internacionales
sin la consideración de las causas que subyacen a los problemas, que los
provocan y explican se convierte, en el mejor de los casos, en una manera
ingenua, o en una forma consciente o inconsciente de no querer ver, de no
querer resolver los problemas que con tanto alarde dicen querer resolver los
lideres, los gobernantes de las naciones del mundo.
Esa misma
manera ingenua de entender lo ambiental se replica cuando se trata de entender
la lógica que rige las relaciones entre las naciones que conforman la llamada
comunidad internacional; una manera de pensar el mundo regida por el criterio
de la lucha entre los buenos y los malos, entre países pobres y países ricos,
entre el norte y el sur, entre los desarrollados y los no desarrollados, entre
los poseedores y los carentes de razón, entre civilizados y no civilizados.
Hay, en
muchos de los diagnósticos sobre las causas de las avenencias y desavenencias
entre países, un profundo desconocimiento de la lógica política y económica de
las relaciones entre países, de las profundas articulaciones e
interdependencias entre el mundo desarrollado y el no desarrollado, entre sus
élites, sus pobres y los ecosistemas que soportan los sistemas socioeconómicos
y políticos de ambos mundos. Estas particularidades están en la base del
desacuerdo o de los posibles acuerdos climáticos a nivel internacional.
China la gran culpable, el gran satán ambiental
Es esa
manera de pensar y entender los problemas del mundo la que funciona repartiendo
culpas y recriminaciones morales entre emisores y no emisores de gases de
efecto invernadero (EGEI). En este marco cognitivo se llega a la conclusión de
que los países desarrollados de occidente se descarbonizan, contribuyendo cada
vez menos a las EGEI, mientras que al mismo tiempo las llamadas economías
emergentes, China, India, Brasil, se convierten en los principales emisores,
los nuevos culpables, como si ambas economías, desarrolladas y no
desarrolladas, pudieran vivir y ser
entendidas de manera separada, como si lo que ocurre en un lugar no fuera
consecuencia de lo que sucede en el
otro, o como si cada uno viviera su propio mundo, fuera de todo contacto con el
indeseable mundo exterior.
China
aparece hoy día como la gran culpable, el más grande contaminador de la
historia humana, principal responsable de los mayores volúmenes de EGEI. La
reticencia de China, muy similar a la de Estados Unidos, a aceptar las reglas
del juego internacionales para descarbonizar el planeta, la fiscalización,
vigilancia y penalización por un organismo internacional autónomo, no dista
mucho de la posición de los países desarrollados, pero menos aún de la de los
países del mundo no desarrollado, cuya ‘ética ambiental’ les impide asumir
compromisos, reducir emisiones, reclamando más bien su derecho a contaminar para
lograr desarrollo y bienestar.
Lo que
ocurre en China no es un problema de China, no es únicamente responsabilidad de
China, es un problema que involucra a la economía mundial. Al sistema económico
mundial que articula a países pobres y ricos y redunda en inmensos beneficios
para sus élites. El mundo occidental desarrollado aspira y parece tender a
descarbonizar sus economías a costa de carbonizar a China (y otros países) y a
través de ella al planeta. Gran parte de las empresas, de las corporaciones del
mundo desarrollado operan en China donde la fuerza de trabajo es un regalo, las
normas ambientales completamente laxas y la emisión de contaminantes parece un
deporte.
China es
considerada hoy día una especie de outsorcing
de la economía capitalista del moderno mundo desarrollado, encargada del
trabajo sucio, de pagar los costos de la prosperidad y progreso, la más grande
consumidora de materias primas y productora de los peores daños ambientales del
mundo. Pero China no opera sola, aislada del mundo, y su inmensa producción
industrial no es sólo en gran medida para las compañías del mundo desarrollado,
lo es también para los mercados y consumidores de este mundo, sobre todo, pero
no únicamente para el mundo desarrollado.
Lo que
ocurre en China es pues también responsabilidad del mundo desarrollado. Esto no
quiere decir que los grandes productores chinos, su clase política y su clase
económica no tengan responsabilidades. China es hoy día una gran productora de
nuevos ricos, de nuevos supermillonarios creados y amparados bajo la sombra del
poder, viviendo en una especie de Acumulación
Originaria de Estado.
¿Está
París, diciembre 2015, la esperada cumbre climática, el Inminente Protocolo de París preparado para mirar
de una manera distinta los problemas ambientales del mundo? He allí la gran
interrogante, la gran incógnita que pronto habrá de despegarse.
http://joseluislezama.blogspot.mx/
@jlezama2
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