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Sábado 12 de Julio de 2014
Niños
migrantes: crisis humanitaria y moral
José Luis Lezama
Michael McCaul, presidente del Comité de Seguridad Nacional de la Cámara de Representantes de Estados Unidos (The House) parece no tener dudas; da la apariencia de ser un hombre de ideas claras y propuestas contundentes: de acuerdo a él, la solución a la llamada crisis humanitaria de los niños centroamericanos y mexicanos que han arribado de manera ilegal a Estados Unidos de forma masiva en los últimos meses es muy sencilla: se trata de cerrar completamente la frontera sur de su país. Con ello, sostiene, se frenaría el 99 por ciento del problema.
Cerrar la frontera, aumentar la vigilancia y recuperar el control y seguridad fronteriza es la demanda que recurrentemente proponen los republicanos al presidente Obama; es ésa también una condición que le plantean para aprobar la Reforma Migratoria. Esa filosofía no sólo ha prevalecido en el discurso, en la disputa política bipartidista. En los hechos ha conducido al endurecimiento de la vigilancia y control de la frontera sur, dificultando el tránsito migratorio ilegal, lo cual ha hecho también más difícil el retorno temporal de los migrantes a sus países.
La economía americana no sólo necesita al trabajador migrante ilegal por el bajo costo de su trabajo, lo cual ayuda a la competitividad de la economía americana en el mercado mundial. Necesita también de la relación económica con sus vecinos, particularmente México, con quien sostiene uno de los intercambios comerciales más intensos del mundo. Muchos americanos no quieren la migración mexicana y centroamericana, no obstante la necesitan. Necesitan la fuerza de trabajo de la que son portadores los migrantes, aunque preferirían sólo su trabajo y no a los trabajadores; es una relación sumamente utilitaria, requieren de la simple energía humana que echa a andar la economía, y no sólo a la economía agrícola, pero quieren un trabajador oculto, clandestino, callado, invisible, y sobre todo barato.
La crisis de los niños migrantes hace visible el no resuelto problema migratorio en Estados Unidos. No sólo se presenta como un problema humanitario como lo señaló las Naciones Unidas, sino como un problema moral. Confronta a los estadounidenses con sus valores humanos, con su discurso igualitario y democrático, con sus valores en torno a la justicia y a los derechos humanos y universales; les muestra, o al menos les podría mostrar, con un poco de voluntad, el lado vacío de los discursos igualitarios, sus aspectos auto-celebratorios, la incongruencia entre los grande grandes discursos, los meta-discursos y la vida cotidiana real, la necesidad del trabajo agrícola de los migrantes ilegales, en la industria, en los servicios, en los ámbito domésticos. Los niños migrantes, las condiciones de hacinamientos que fueron mostradas en los centros de detención o de concentración, tocaron fibras muy sensibles, mete un ruido cultural en las normas de una sociedad que se considera a sí misma el modelo de la democracia, el centro civilizador del mundo.
No es para menos, desde octubre del año pasado, más de 57 mil niños centroamericanos y mexicanos cruzaron la frontera huyendo de la pobreza, la violencia o en busca de sus padres o familiares que trabajan en Estados Unidos. En Honduras, de acuerdo al Banco Mundial, una quinta parte de la población vive con menos de 1.25 dólares al día; la tasa de homicidios es la más alta del mundo: 90 por cada 100 mil habitantes y, en San Pedro Sula es de 180 asesinatos por cada 100 mil habitantes.
El secretario de Estado John Kerry, en su visita a Centroamérica, hizo un llamado a las familias para que no envíen a los niños a la riesgosa aventura de encontrar trabajo y residencia en Estados Unidos, insinuando la falsa ilusión del sueño americano. Sería extraño que las familias separadas de sus hijos por la migración forzada a que se ven sometidas, tuvieran como primera opción mandarlos en una travesía de más de 4 mil kilómetros, enfrentando inmensos peligros, entre otros el atravesar territorio mexicano donde la ley que prevalece es la de los contrabandistas, de las bandas de delincuentes que ven en los migrantes un negocio redituable, amparados como están por una autoridad ausente cuando no cómplice.
Un padre de familia, trabajador ilegal, que no puede retornar a su país por la cada vez más fuerte vigilancia fronteriza, tiene que pagar en promedio 5 mil dólares a los traficantes para cubrir el viaje de su hijo a la frontera estadounidense. Pensar que las familias escogen como primera opción alentar a sus hijos a emprender semejante aventura parece inverosímil.
Es desde luego una crisis humanitaria, y es también una crisis moral, y pone también en crisis al sistema de justicia americano que, de apegarse a sus propios principios, no podría deportar a los niños sin violar el debido proceso y la Quinta Enmienda de la Constitución estadounidense. En el 2008 el Congreso aprobó una ley cuyo propósito era evitar el tráfico de niños, mediante la cual quedó prohibida la deportación de menores de edad sin antes ser oídos por la Corte. Según la American Civil Liberties Unión (ACLU) miles de niños aparecen en la Corte sin asistencia legal. El propio Departamento de Justica admite que el 44 por ciento de los migrantes aparecieron solos ante la Corte en el 2012. Los niños tienen derechos a ser escuchados, a recibir cargos y a defenderse de esos cargos argumentando a su favor. Es obvio que sin la asistencia legal ese derecho se hace irrelevante.
El Presidente Obama se ha visto en la necesidad de pedir un presupuesto extraordinario, cercano a los 4 mil millones de dólares para enfrentar la crisis, para darle atención y cubrir las necesidades básicas de los niños, sufragar los gastos de deportación y resolver el inmenso retraso en los procesos judiciales a que están sometidos los menores. El sistema de impartición de justicia para atender esta situación está sencillamente colapsado. Existen 375,373 casos de inmigración pendientes, en espera de audiencia por parte de los 243 jueces que existen en todo el país. Casi 1550 casos por juez; incluso si hubiera voluntad, cumplir con la ley bajo estas circunstancias se antoja imposible.
El mundo globalizado en el que vivimos no es inocente o neutral. La globalización es en términos de intercambios económicos, sociales, culturales; pero su motor central es la economía, el mercado, la competencia y la búsqueda de la rentabilidad y la ganancia. Genera ganadores y perdedores. Los beneficiarios de ese sistema sólo quisieran ver sus ventajas ocultando las desventajas, sobre todo para los perdedores. El representante McCaul, por ejemplo, quisiera sellar la frontera a los migrantes ilegales, sobre todo en momentos de crisis. Difícilmente plantearía el cierre de la libre circulación de capitales, tampoco se opondría a la desregulación de las economías nacionales que permite el libre fluir financiero; es seguro que tampoco plantearía obstáculos al libre comercio con México y el mundo que resulta ventajoso a su país: lo que no quiere es ver a los migrantes ilegales que la masiva llegada de niños ha hecho inevitable y está poniendo en entre dicho los valores y el sistema de justicia americano.
Es seguro que no querrá ver la gran relación existente entre la migración ilegal y los miles de pobres y desigualdad que fabrica cada año la economía mundial, la violencia y muerte que desencadena en muchos países pobres el tráfico de drogas que se consumen, fundamentalmente, en Estados Unidos. Esto no quiere decir que el sistema de justicia mexicano se acerque siquiera al estadounidense; tampoco que los países, los sistemas autoritarios, oligárquicos, y la inmensa desigualdad generada por las naciones y economías del mundo no desarrollado no tengan una gran responsabilidad en la pobreza y violencia allí imperantes, como es el caso de México, que por cierto, es también origen de miles de niños que cruzan ilegalmente la frontera norte, aún cuando la atención esté hoy centrada en los niños centroamericanos.
@jlezama2
7 comentarios:
Gracias Dr. Lezama, comparto su preocupación y consternación ante esta crisis humanitaria de la cual deben ocuparse todos los organismos internacionales en defensa de los derechos humanos
Erika, tienes razón; es más preocupante de lo que parece
Dr. Lezama, tendemos a culpar al gobierno estadounidense por sus políticas migratorias, aunque es verdad lacerante la deshumanización en ambos lados.
El sistema económico político es la causa de tales desgracias. La escasa civilidad está llevando a esos niños -y desde luego, a sus padres y familia- al despeñadero mortal.
Para algunos no tarda en "tronar" una revuelta. Ya vemos como la delincuencia mayor, está cada día en el torrente gubernativo, como la más burda y peligrosa manifestación de avaricia: Los pobres a pesar de su pauperización galopante, son "clientes" y son un jugoso negocio. Esa parte maléfica es causa sustancial de que el gobierno, no haga casi nada en favor de paliar la crisis, al contrario la fomentan como medida de control y cuando los migrantes estorban, se deshacen de ellos como si fueran basura... En ambos lados, mientras tanto, nos bombardean con grades distractores como las reformas constitucionales, que en realidad hundirán más la brecha económica.
Saludos y felicidades por el artículo.
Gerardo, tienes razón. De hecho, el gobierno mexicano tiene una alta responsabilidad. A lo que más temen los migrantes es a su paso por México.
Sí, Lucero. Vivimos una gran farsa. Durará mientras no empecemos cada uno, a cambiar, participar, exigir la rendición de cuentas claras y ahora con tres partidos más que mantener con el erario público, parece la política, una rueda sin fin...
Quieren unos niños migrantes utensilios, casi moldes donde poner lo que no les gusta y que hagan el trabajo sucio en automático sin quejas por nada. Mucha insensibilidad de su parte.
Quieren unos niños migrantes utensilios, casi moldes donde poner lo que no les gusta y que hagan el trabajo sucio en automático sin quejas por nada. Mucha insensibilidad de su parte.
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