Domingo 29 de Noviembre de 2015
El Clima sombrío de París
José Luis Lezama
I.-
Para leer la Cumbre de París
Existen diversas maneras de leer la cumbre
climática de París. Una es a través del mundo de la diplomacia. Es decir, en
ese terreno en el que los representantes de los países acuerdan o desacuerdan,
coinciden o se contraponen en aspectos básicos para hacer posible la
convivencia internacional más elemental. Es este el mundo de la gobernabilidad,
de lo formal y aparente, en el que sus protagonistas suponen arreglar a
voluntad los problemas, las disputas y los conflictos con el despliegue de sus
habilidades conciliadoras, o por el carisma y la personalidad. No son pocas las
ocasiones en que las cosas parecen ocurrir de esta manera. No obstante, quedándose con esta lectura no
puede explicarse los 20 años de cumbres fallidas y un acuerdo, el de Kioto,
incapaz de contener el diagnosticado hervor del planeta, a pesar de su carácter
vinculante.
Otra manera es leer la cumbre con el lente
de la economía, de la política, de los intercambios comerciales y de la disputa
por los mercados, la fuerza de trabajo, los consumidores y las materias primas
del mundo. Ambos niveles de la realidad están interconectados, se influyen
mutuamente y se asoman, insinúan o aparecen en ocasiones abiertamente uno en el
otro, pero no son lo mismo, responden a distintas reglas y se expresan en la
escena pública o privada de manera diferente.
II.-
Los efectos del terror en las negociaciones climáticas
París
amanece hoy día con muchas interrogantes e incertidumbres en materia de cambio
climático. Las negociaciones parecían marchar sobre terreno firme para llegar a
un acuerdo de alguna manera ‘justo y conciliador’, susceptible de agradar a una
comunidad internacional diversa y confrontada. Un acuerdo que pudiera hacer más
racional y civilizada las relaciones entre naciones, entre bloques económicos y
entre corporaciones, sin que esto se tradujera necesariamente en la búsqueda de
una relación justa y conciliadora con
la naturaleza, cada vez más afectada no sólo por los eventos climatológicos
extremos, atribuidos por muchos al cambio climático, sino por la devastación
proveniente de su puesta al servicio de la economía y el mercado.
Las reuniones previas en Bonn, y la última a
principios de noviembre en París, avanzaron en un documento manejable, al menos en el número de páginas, obteniéndose consensos en los
rubros menos problemáticos y dejándose para París los aspectos duros de la negociación. Se acordó también
que, a diferencia de las otras COPs, los jefes de Estado arribaran al inicio de
la cumbre y no al final como solía ocurrir. Esto para corregir los errores de
Copenhague que, en palabras del presidente Obama, se había convertido en un
verdadero caos al arribo de los jefes de Estado, viéndose por ello en la necesidad de improvisar, en corto, un acuerdo básico con algunos
de los países líderes del mundo no desarrollado. El mismo acuerdo bilateral de
China y Estados Unidos de noviembre del 2014, fue entendido como un mensaje al
mundo, por parte de los dos principales emisores de carbono, de su intensión de
tomarse en serio la cumbre.
Los actos terroristas en París ha hecho emerger
con carácter de urgente el tema de la inseguridad. El daño ambiental no compite
con la amenaza y el temor por la vida que los habitantes de París experimentan
hoy día. En este momento a nadie le importa la calidad del aire. Más importante
parece ser la posibilidad de respirar, cualquier aire, pero sobrevivir a la
amenaza inesperada, sorpresiva, del terrorismo y de la muerte que se esconde y
asecha en cualquier lugar.
Dos escenarios parece imponer el terror en
las negociaciones climáticas. Uno es que los acuerdos sean vistos como no
urgentes, secundarios, ante una amenaza mayor. Por lo tanto, la necesidad de
acuerdos vinculantes pasa a un segundo plano, y se trataría más bien de bajar
las expectativas, ‘la presión sobre los jefes de Estado’, por lo que se
impondría con mayor fuerza un acuerdo fundamentalmente voluntario.
En este escenario, el tema del
financiamiento se hace central. Los países ricos ofreciendo y regateando de
nuevo dinero a los países pobres para enfrentar el cambio climático. Aún cuando
algunos lo ven como complicado, lo cierto es que la ayuda financiera es la más
viable y posible, comparada con la imposición de sacrificios mayores a los bloques económicos que les haga perder
competitividad y mercados. Es más cómoda y tranquilizante la filantropía, que
se expresa en la ayuda financiera, en contraste con enfrentar lo que tiene que
ver con la pobreza, la desigualdad, el poder y el sometimiento de la naturaleza
a las leyes de la oferta y la demanda.
El otro
escenario consistiría en que los negociadores, sintiéndose presionados y con un
compromiso moral ante el trauma dejado por la barbarie terrorista, se
propusieran un acuerdo más estricto y vinculante. Diversos motivos hacen
inviable este escenario. Principalmente por la negativa de la mayor parte de
los países, desarrollados y no desarrollados, a crear los organismos internacionales
encargados del enforcement, de la
fiscalización y sanción al no cumplimiento. El terrorismo llevó al Estado de Excepción,
y este a la cancelación de las manifestaciones y protesta ambiental durante la
cumbre de París. Con ello, los jefes de Estado no sentirán ninguna vigilancia
ciudadana; no habrá ninguna presión social para darle fuerza institucional a lo
que se acuerde en París. Lo mejor hubiera sido cancelar o cambiar de sede la
cumbre, como ya ha sido mencionado. Los resultados no cambiarían demasiado.
En el mundo de la diplomacia importa que
haya acuerdos; no tanto sus condiciones
de posibilidad. La mayor parte de los países llega a París habiendo
ofrecido reducciones significativas en sus emisiones. A los organizadores, y
sobre todo al sistema de las Naciones Unidas, no les preocupa si estos países
cumplirán sus ofrecimientos, si cuentan con las instituciones, con los
instrumentos necesarios para obligar a los emisores nacionales a cumplir sus
promesas. Pero aún cumpliendo lo que han ofrecido los países de la comunidad
internacional, el clima aumentará 2.7 Celsius, con lo cual el mundo marcha a la catástrofe,
si creemos en los escenarios apocalípticos de esta y otras cumbres anteriores.
III._ En el mundo de
la farándula y el melodrama
Hay otro nivel, otra manera de leer la
cumbre climática. Esta es la del espectáculo, la de la representación teatral.
Allí se mueven con facilidad el Príncipe Carlos, Al Gore, los dadores y
receptores de ‘premios’ como el Fossil
Fuel Award, los clima escépticos Christopher Monckton y el senador Jim Inhofe,
el ahora greenwashed Felipe Calderón,
entre muchos otros. Todos ellos, desde diferentes posiciones en el espacio ambiental
comercian, venden imagen, ensayan con todos los géneros teatrales, pretenden,
ocupan los medios, se muestran sumamente ‘preocupados’, ya sea como negadores, beneficiarios,
premiados o agraciados por la causa climática. Es éste un espectáculo, una
convivencia mutuamente benéfica entre clima escépticos, negadores del
calentamiento, ‘convencidos’, ‘las víctima’ y ‘los victimarios’, así como los fans, los seguidores de la fe, de los
dogmas de la religión del cambio
climático. Allí también, de alguna
manera, llevan a cabo de manera patética, su puesta en escena, los representantes de los Estados Islas, con su
recurrente discurso del ‘fin de la historia y de la geografía’ por obra del
deshielo y la indiferencia de los poderosos. Son movilizados también, como
parte de la escenografía, los
“representantes de los pueblos originarios”, vestidos con el folclor que
demandan el ‘turismo verde’ y los
promotores del ‘comercio justo y sustentable’, del comercio ‘orgánico’.
En medio de todo esto habrá acuerdo en
París. Parte será vinculante, bajo los códigos de la diplomacia ambiental, en
los cuales lo vinculante no demanda obligatoriedad y sanción, como lo demuestra
el Protocolo de Kioto. Habrá acuerdo, nada que tenga que pasar por el Senado
americano, ni por el visto bueno de los influyentes administradores de las más
de cien mil empresas estatales en China; un acuerdo aplicable a todos los países, bajo el
principio de ‘responsabilidades compartidas pero diferenciadas’. Un acuerdo que
será revisado y reajustado periódicamente, según los nuevos compromisos que
quieran hacer voluntariamente los países, incluyendo incluso las aportaciones
de agentes distintos a los Estados-Nación. La naturaleza en este esquema no importa
demasiado: se trata de salvar al sistema económico mundial del colapso. París
podrá ser una fiesta.
joseluislezama.com
@jlezama
2 comentarios:
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pasar por el Senado americano, ni por el visto bueno de los influyentes administradores de las más de cien mil empresas estatales en China; un acuerdo aplicable a todos los países, bajo el principio de ‘responsabilidades compartidas pero diferenciadas’. Un acuerdo que será revisado y reajustado periódicamente, según los nuevos compromisos que quier tercerefecto.com/reclamos-arnet/
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