Sábado 30 de Enero de 2016
Tajamar, una cuestión patológica
José Luis Lezama
El reino de la barbarie
Nada más
perturbador que la imagen de cientos de animales sepultados vivos en Tajamar
por la acción, la madrugada del 16 de enero, de un convoy de trascabos,
camiones de volteo y maquinaria pesada que lo mismo derribaban arboles,
removían mangles, rellenaban humedales, que sepultaban animales y cualquier
forma de vida encontrada a su paso, convirtiendo así en naturaleza muerta la
obra de la creación. Se trataba de preparar el camino a un inmenso desarrollo
inmobiliario. Fonatur, institución del Estado mexicano, haciéndole el trabajo
sucio a los propietarios y beneficiarios directos de este gran negocio construido
al amparo de la corrupción, de las alianzas entre la clase económica y la clase
política local, estatal y nacional. Todos ellos, como Fausto, podrán mirar con
orgullo los campos arrasados, las brechas abiertas por el progreso, la
civilización, el poder y el dinero, que suponen lo compra todo.
¿A quién representan las Autoridades?
Para la
Semarnat, este caso de abierta y deliberada destrucción de un patrimonio humano
y no humano, como son los ecosistemas costeros, particularmente aquellos cuya
cara visible son los manglares, no constituye ningún delito, cumple con toda la
normatividad vigente, o que estaba vigente al momento en el que se les dio
autorización. No parece preocuparles mucho, ni les resulta motivo de
indagación, que el permiso lo obsequió a Fonatur un funcionario que, poco
después, fue inhabilitado por la Secretaría de la Función Pública por otorgar
más de 70 autorizaciones de manera irregular.
Queriendo
defender la posición de las autoridades, el apoderado jurídico de Fonatur no
solo quiso parecer heroico, sino también gracioso y buen ‘argumentador’; no
obstante, la lógica de sus argumentos se mostró precaria y de dudosa
inteligencia. Declaró que tenían que derribar los árboles y ‘limpiar’ el
terreno en Tajamar para evitarle al gobierno, una demanda por reparación de
daños por parte de los inversionistas privados, que le hubiera costado al
Estado mexicano 3 mil millones de pesos. Parece no percibir que no son las
empresas ni el gobierno los que recibieron los daños y los que deben ser
indemnizados, sino la naturaleza. Cualquier investigación independiente del
permiso otorgado a Fonatur para realizar su proyecto, eliminando los manglares
y sus ecosistemas, hubiera encontrado más de una irregularidad, llevando a los
involucrados ante la justicia.
Algo debe andar mal en Dinamarca, para que la
autoridad, la ambiental y la no ambiental, no solo hayan asumido la tarea de
proteger negocios ilícitos, hechos al amparo de la corrupción y la
impunidad, en lugar de defender y restaurar una naturaleza agotada y en extinción
por años de depredación voraz de muchos de estos desarrollos turísticos en el
Caribe mexicano, en un esquema que consiste en hacer negocios rápidos, obtener grandes
ganancias en el menor plazo posible, y en el que es evidente la transformación
grosera de la naturaleza en mercancías, objetos comprados e intercambiables en
el mercado, en la bolsa de valores: naturaleza viva transformada en materia
muerta, base de un enriquecimiento a toda costa, una suerte de acumulación originaria, salvaje, que
tiene lugar en México, especialmente en el Caribe mexicano productora de
destrucción y miseria.
Tajamar es
hoy día nombre y lugar simbólico; un símbolo de la barbarie que epitoma el
progreso y el bienestar para unos cuantos, que muestra la precariedad ética y
moral de nuestra clase política y de un sector pujante de la clase económica. Pero Tajamar no es un caso único y
aislado. La devastación en muchos sitios de México harían palidecer lo que
ocurre en Tajamar. No obstante, es parte de la rutina de hacer negocios en
México; una devastación que permanece en el olvido y la indiferencia y que pocos
ven como un problema. Así ocurre en las selvas tropicales, en el Caribe,
el Pacífico, en aquellos territorios
donde la industria extractiva, minería y petróleo contamina, sepulta formas de
vida, esperanzas.
Pero
Tajamar expresa también una patología, aquella que se hace presente en la
autodestrucción de las fuentes de sustento para la vida humana y no humana; una
clase económica y una clase política que destruye también el sustrato natural,
las fuentes de su propia riqueza. Que viven y negocian con el mundo ‘como si el
mañana no existiera’.
La
autoridades ambientales no ven problemas donde para todo mundo son evidentes.
El titular de a Profepa, en su visita de campo al lugar de los hechos, vio
armonía donde otros ven conflictos, orden donde todos ven desorden,
cumplimiento con la ley donde todos ven violaciones e irregularidades, flora y
fauna donde otros ven animales y otras especies muertas.
Pero lo
patético, en su carácter de testigo
ocular, fue su declaratoria de inexistencia para los Humedales. Señaló también que las imágenes de la fauna muerta o
afectada que ha circulado por los medios, son simples montajes mediáticos. Por
cierto que mostró una gran agudeza visual
al percatarse de que los cocodrilos difundidos por los medios de comunicación
eran filipinos y no mexicanos; pudo haber indagado si contaban con pasaporte
vigente, si hubiera sido más estricto en
su indagatoria de campo.
Qué se
puede esperar de autoridades que padecen ceguera
selectiva, inhabilitadas para ver la realidad y, particularmente, que han
tomado partido por quienes son responsables de del páramo creado en Tajamar y
otras partes del país. La Semarnat se ha mostrado más bien como una eficiente promotora
de los negocios lícitos o ilícitos, más que garante del orden y la protección
ambiental.
¿Y el Partido Verde?
No es que
existan grandes diferencias, de fondo, entre las actuales autoridades
ambientales y las de las administraciones panistas y priistas del pasado. No
obstante, desde el punto de vista de las formas, hay algo que distingue de
manera especial a los actuales funcionarios emanados o relacionados con el
PVEM. Esto es el cinismo y la falta de pudor con la que actúan ante la
devastación generada por el proyecto promovido por Fonatur. La autoridad
ambiental ha tomado la defensa de los promotores inmobiliarios y turísticos sin
mostrar ningún remordimiento. Las anteriores administraciones no fuero tampoco
muy esmeradas y efectivas con la protección ambiental, y los negocios a costa
de la naturaleza florecieron tanto en administraciones priistas como panistas,
pero algunos de sus funcionarios parecían mostrar un cierto pudor o una cierta
preocupación, alguna vergüenza, ante la opinión pública; ni siquiera esto
ocurre actualmente.
No
obstante, sería un error pensar que el ecocidio y la destrucción y
despreocupación gubernamental por la naturaleza es algo que ocurre porque
llegaron “Los Verdes” al poder. “Los Verdes”; para empezar, son todo menos
ambientalistas; son una farsa, una gran simulación por la que
desafortunadamente aun sigue votando suficientes electores para mantenerlos en
las boletas electorales. No representan al medio ambiente y cada vez hay más
evidencia de que un sector importante de los ciudadanos, ambientalistas y no
ambientalistas, los conoce, sabe de su engaño y los desprecia merecidamente; no
creen en ellos y los exhibe cada vez que hay oportunidad con argumentos
verdaderamente claros e informados, como ocurrió en días recientes en Tajamar,
cuando querían representar una más de sus farsas con un supuesto cierre
simbólico de las obras.
Pero
entonces ¿por qué se sostiene el Verde?. Esta es una pregunta cuya respuesta
conduce a su relación servil con el Estado. Es un hijo del Estado, es una
criatura del Estado y su fuerza deriva de esta asociación y puesta al servicio
para los fines de un Estado en el que, la corrupción, no es excepción sino su
regla de funcionamiento; sin este apoyo no existirían. Existe un claro
intercambio de favores y servicios políticos de los que los miembros del Verde
obtienen privilegios, poder, dinero e impunidad, y el Estado obtiene o
neutraliza votos y votantes, consigue mayorías parlamentarias, logra leyes,
decretos. La lógica de la relación del Verde con el Estado es análoga a la de
las corporaciones y sobre todo, a la que ha existido con los líderes sindicales
aliados y subordinados al Estado. Sirven muy bien al Estado y son sus
beneficiados hasta el punto en el que contribuyen a mantener el poder y el sistema
de dominación. Pueden tener un gran poder que deriva de su utilidad y de sus
servicios. En el caso del PVEM, esto queda claro por la forma en la que las
autoridades electorales, el INE y el Trife, por ejemplo, lo mantienen con vida,
lo protegen, le perdonan faltas, tropelías y violaciones evidentes y obvias a
las leyes electorales del país. Este partido sería nada sin la relación con el
Estado.
Cuando los
líderes del sindicalismo oficial quisieron “independizarse” u ofrecer sus
servicios a otros factores de poder (La Quina, Elba Esther, etc.), su gloria
llegó a su fin y, en el mejor de los casos, padecieron marginación y en otros,
la cárcel. El Verde prefiere la “lealtad”; el rentable negocio de la alianza y
servidumbre con el poder.
Es
necesario por tanto ubicar al Verde en su papel y ubicación verdadera, exhibir
con mayor claridad y eficacia la farsa y simulación que lleva a cabo con la
causa ambiental, y el engaño que mantiene ante ciudadanos desinformados, muchos
de buena fe, algunos a veces ingenuos, o ignorantes del verdadero sentido e
importancia del medio ambiente. En estas representaciones, los Verdes no actúan solos, se mueven y los mueve los
hilos del poder al que resultan de gran utilidad. Pero los servicios que vende
no se reducen a lo ambiental, ni siquiera es en este campo donde hacen el
trabajo ‘más duro’.
¿Es el “Verde”
la causa de la devastación ambiental?. Por supuesto que contribuye a ella en
gran medida. No obstante, me parece que sería sobreestimar sus posibilidades
atribuyéndoles semejante poder. Es parte de un poder mayor al que sirve y cobra,
y sería necesaria, deseable y saludable para la democracia y para el medio
ambiente su desaparición por la vía ciudadana y por la vía electoral,
desterrarlo de nuestro escenario político.
Pero habría
también, al mismo tiempo, que mostrar, exhibir, y menguar esos factores de
poder detrás del Verde que hoy día lo ocupan como mercenarios, para distintas
causas además de la ambiental, puesto que los servicios de partidos como este,
igual que el Panal, tienen que ver con el ámbito más amplio de la política misma,
del poder mismo, de sus equilibrios, de su estrategias y métodos para lograr la
dominación, la gobernabilidad por parte de las élites económicas y políticas
del país.
No es únicamente en el terreno ambiental donde radica su razón de ser, ni ocurre allí la
más importante de sus ‘funciones’ políticas, con todo lo perversa y dañina que
resulte su papel para el medio ambiente.
VER VIDEO. J.L. Lezama: Tajamar, en el reino de la
barbarie.
El Colegio
de México. Programa de Educación Digital:
http://digital.colmex.mx/index.php/tajamar-en-el-mundo-de-la-barbarie
@jlezama
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