Sábado
18 de Octubre de 2014
Ébola, drama y
psicosis
José
Luis Lezama
Un día de tantos, al despuntar el
otoño de 1976 en Amberes Peter Piot, hoy
director de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de la Universidad de Londres
y descubridor del virus del Ébola, recibió un termo azul de manos de un piloto de
Sabena Airlines, enviado por un médico
de Kinshasa en la hoy República Democrática del Congo. El termo contenía una
muestra de sangre de una enfermera belga que hacía trabajo humanitario en Yambuku,
al norte de ese país africano, quien había contraído una extraña enfermedad. El
médico de Kinshasa solicitaba al profesor Piot pruebas de laboratorio para
descartar fiebre amarilla. El profesor Piot nunca sospechó que tuvo en sus
manos, manipuló y convivió, sin saberlo
y sin mayores previsiones, con un mortal virus que ha mostrado hoy día su
devastador poder, expresado en una tasa de mortandad del 70 por ciento.
Nada hay quizá más distinto que
vivir la enfermedad en un país rico y en uno pobre, aun cuando el ébola muestra
algunas similitudes en ambos mundos. En Estados Unidos los casos de Thomas Duncan, ciudadano
liberiano que falleció en Dallas el 8 de octubre y las enfermeras contagiadas Nina
Phan y Amber Vinson, han puesto bajo la mirada pública las dificultades para
enfrentar la enfermedad, incluso en el país más desarrollado del mundo. Duncan
fue mal diagnosticado, enviado rápidamente a su casa con antibióticos, pensándose
que tenía un cuadro de sinusitis y reingresado de nuevo en estado grave.
Nina Pham, quien tuvo contacto directo con Duncan
contrajo la enfermedad, según el sindicado de enfermeras de Estados Unidos, por
no llevar el equipo de protección adecuado, lo cual ha sido negado por el Hospital
Presbiteriano de Dallas donde fue atendido Duncan. Las enfermeras señalan que
Nina Pham, de acuerdo a los expedientes, no iba protegida y que no se rompió
con ningún protocolo médico porque simplemente no había protocolo. El doctor
Daniel Varga, jefe médico del hospital, reconoció en audiencia ante el Congreso
que, a pesar de contar con todo el equipo médico apropiado, diagnosticaron mal
al paciente y pidió disculpa pública por ello, (The Guardian 16/X/2014).
El doctor Bruce Ribner, infectólogo
del Emory University Hospital de Atlanta, uno de los centros de mayor
especialización para tratar con enfermedades altamente infecciosas en Estados
Unidos, y quien coordinó allí la atención
médica de tres casos de ébola en agosto pasado, lo dijo con claridad: “No
importa cuánto planees; cometerás errores la mitad de las veces”. El condado
donde se ubica el Hospital Emory amenazó con desconectar el servicio de drenaje
para impedir que las cañerías hospitalaria contaminaran la red; la empresa del
servicio de recolección de desechos se rehusó a recolectar cualquier basura que
hubiera estado en contacto con los enfermos de ébola; el servicio de paquetería
se negó a transportar, a una distancia de dos cuadras, las muestras de sangre de
los pacientes, e incluso los repartidores de pizza evitaron tomar pedidos del
hospital; todo esto ocurría mientras los enfermos se debatían entre la vida y
la muerte. (The Guardian, 13/X/2014).
La muerte de Duncan es una muestra
de la reacción social, política y gubernamental en un evento de esta
naturaleza. Por una parte expuso la deficiente atención a una persona de raza
negra, en contraste con la que recibió el ayudante del Alguacil Michael Monnig,
quien fue atendido de manera eficiente y expedita. Por otro lado exhibió los
errores médicos ocurridos y su ocultamiento por las autoridades hospitalarias.
Puso de manifiesto también el estigma social que enfrentan los contagiados,
particularmente si son pobres, de una raza discriminada o de cualquier minoría.
El brote de ébola en África y su expansión a otros partes
del mundo se vive hoy día como drama y psicosis y es ya reconocido, no sólo
como una amenaza a la salud humana, sino también a la vida comunitaria y a las
instituciones donde se presenta. En África, particularmente en Guinea, Liberia
y Sierra Leona, países que apenas se recuperan de los estragos de la guerra
civil, el impacto es inmenso y el panorama desolador. Crisis sanitaria,
desempleo, pobreza, escasez de alimentos y desesperación. En esta región de
África, consideradas como las de mayor pobreza del mundo, cualquier evento
perturbador se convierte en un drama.
Tras años de guerra, la infraestructura médica de estos
países fue devastada. En 2010 Liberia contaba únicamente con 51 médicos, muchos
de los cuales murieron posteriormente de ébola. La Organización Mundial de la
Salud, mantuvo a sus oficinas regionales en África con presupuestos precarios y
el personal era nombrado más bien con criterios políticos.
En África se presentan mil casos de ébola a la semana;
de éstos sólo el 30 por ciento sobrevive. Los hospitales están saturados, el
desempleo aumenta, la minería y la agricultura se han visto severamente
afectadas, los negocios cierran y despiden trabajadores, y los servicios
básicos escasean.
Las familias cuyos miembros mueren por la enfermedad
esperan semanas para que los cuerpos sean recogidos, y muchos de ellos son
aventados a la calle, o enterrados clandestinamente. Las escuelas lucen vacías,
los profesores no reciben salarios y la histeria se difunde entre los
trabajadores de salud. El estigma de la enfermedad hace rechazar o alejarse de
los seres queridos, o de las amistades; los vínculos familiares se ven
afectados y las instituciones debilitadas.
En Liberia, hoy día, puede ser más
importante tener dinero para comer que para comprar medicinas: allí La muerte tiene permiso. Por su parte, el
presidente Obama y su equipo asesor han percibido que el principal problema del
ébola en Estados Unidos no tiene que ver con la escasez; tampoco es sólo
cuestión sanitaria. Su equipo médico piensa que, a pesar de los errores
cometidos recientemente, están hospitalariamente preparados. Al presidente le
preocupa más bien que la psicosis del ébola se traduzca en crisis, crisis
social, crisis política, crisis de confianza y, finalmente, sus repercusiones en
el tejido social americano, severamente afectado por la crisis económica y por el
preocupante incremento de la desigualdad y la concentración de la riqueza.
Es ésta percepción del problema lo que llevó al
presidente a nombrar como ‘Zar’ especial para coordinar el combate del ébola,
no a un especialista en salud, sino a Ron Klain, abogado y jefe de gabinete de Al
Gore y Joe Biden, experto en resolver situaciones de crisis, como la que tuvo
lugar durante la elección presidencial del 2000, motivada por el dudoso
recuento de los votos en Florida.
México dice estar preparado. No obstante,
los hospitales públicos carecen de lo más elemental para atender la normalidad.
Sin medicinas, jeringas, gasas, son recibidos muchos enfermos en la ciudad y,
en mayor medida, en el campo.
En México regularmente nos preparamos con
discursos, con programas virtuales y, la mayor parte de las veces, con
resignación. Ojalá no sea el caso para enfrentar una eventual entrada del virus
del ébola en nuestro país.
http://joseluislezama.blogspot.mx/
@jlezama2
Posdata:
En Ayotzinapa
se juega hoy día el destino del estado de Derecho y el imperio de la ley en
México. La muerte y la desaparición de los 43 normalistas constituyen una
abominable afrenta contra la sociedad mexicana y las familias y ciudadanos que
la integran. Marcan la entrada de México en un estado de normalización de la
barbarie. No son sólo los criminales y las bandas de delincuentes las
responsables; es todo el aparato del Estado, sin cuya protección sería imposible
la desaparición de estos jóvenes y la de otros ciudadanos que padecen o han
padecido esta descomposición social que hoy día se vive en México.
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